La Vanguardia (1ª edición)

Por qué sentarse junto al lavabo en la oficina

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Cuando llegué a la redacción de La Vanguardia, nadie quería la mesa junto a la puerta del lavabo. El becario al que sucedí me confesó aliviado: “Todos los jefes, al pasar, te dan una palmadita en la espalda; pero no todos se lavan las manos”.

Fue una de las razones que me llevaron al periodismo de calle y a pagar así el precio de no estar donde se toman las decisiones: eres el último en quien se piensa para ascender y el primero de quien se acuerdan para despedir.

Y estos días lo habrán sopesado muchos de ustedes, como millones de empleados forzados al teletrabaj­o: habrán soñado con no volver a la oficina. Y, tal vez, con una casita en el campo, con un buen wifi; lejos de los jefes...

El becario al que cedí aliviado mi mesa junto al lavabo la recibió con una chocante sonrisa. Años después, cuando él ya era director de comunicaci­ón de una multinacio­nal, me confesó que, gracias a las chanzas con aquellos jefes que le palmeaban la espalda, acabó jugando a tenis con ellos; intercambi­ando favores y forjando alianzas que aún le servían.

Y eso es algo difícil de lograr si usted teletrabaj­a desde su casa de campo. Por eso, el profesor Richard Bloom ha dedicado su carrera a demostrar, desde la Universida­d de Stanford, que el teletrabaj­o es una bicoca para las empresas; porque se ahorran al año hasta 3.000 dólares por teleemplea­do en alquiler de oficinas, luz, agua y vales de comida. Su productivi­dad, además, se dispara hasta un 13% anual, al disminuir así el absentismo y mejorar la conciliaci­ón familiar.

¿Por qué entonces no pedimos todos el teletrabaj­o a gritos? ¿Dónde está la trampa?

La trampa es la ambición; porque Bloom demuestra que, alejado de quienes toman las decisiones, el teleemplea­do pierde oportunida­des de promoción y queda relegado a tareas secundaria­s de menor confianza..

Y es que las charlas de oficina junto a la máquina de café, apunta Bloom, no sirven tanto para la cacareada fertilizac­ión cruzada de creativida­d disruptiva como para que los jefes escenifiqu­en su poder ante los pelotas. (Y mi mesa aún está al lado del lavabo.)

Habrá quienes prefieran su propio café en casa y el teletrabaj­o; porque así recuperan para su vida, y al año son muchas horas, los ratos de comadreo y compadreo laboral.

Pero si usted elige esa opción, piense que solo será la buena si su jefe es capaz de medir a cada uno del equipo no solo por el valor que genera al verlo; sino, sobre todo, por el valor que genera aunque no lo vea.

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