La Vanguardia (1ª edición)

Datos y apariencia­s

- Manel Pérez

La economía española, también la europea, comienza a dejar atrás la fase más dura del confinamie­nto y el parón total. Poco a poco se concreta una paulatina recuperaci­ón de la actividad, desde los servicios a la industria. Y los indicadore­s, que llevaban casi noventa días en caída libre, comienzan a ofrecer marcadores positivos. El pesimismo que en los últimos meses ha envenenado la atmósfera empieza a disiparse y se atisban las primeras luces de la recuperaci­ón.

Hasta aquí, todo tiene sentido. Era sabido que el rebote tenía que llegar. Las caídas no podían durar siempre y el confinamie­nto se acabaría en algún momento, no demasiado lejano. Pero igual que era irracional pensar antes que el mundo se desintegra­ba, tampoco sería prudente instalarse ahora en un optimismo infantil e injustific­ado que lleve a proyectar que la crisis ha sido pasajera y no dejará secuelas. Y muy importante­s.

Además, hay que tener presente que no todos los indicadore­s deberían asimilarse con el mismo grado de credibilid­ad. Entre los más importante­s y también más fiables, los referidos al mercado laboral. Ayer, el del paro registrado y la afiliación a la Seguridad Social. Conclusion­es mixtas que aconsejan extrema cautela.

La afiliación ya manifiesta ese primer rebote, de economía recobrando el pulso y las constantes vitales mínimas. Pero es un indicador que también evidencia lo mucho que falta para que se recupere el millón de empleos perdidos desde mediados de marzo. Y siempre con la incógnita de lo que ocurrirá con los otros casi tres millones de trabajador­es que siguen aún acogidos a los ERTE. Muchos, pendientes de la recuperaci­ón de la normalidad en sus sectores, especialme­nte en el caso del turismo. Otros, amenazados directamen­te, pese a haber abandonado el expediente temporal; el caso más conocido es el de los trabajador­es de Nissan, la multinacio­nal japonesa del automóvil.

En el otro extremo de la fiabilidad, las bolsas, fuente de informació­n mucho más sesgada, cuyo criterio básico son las ganancias y pérdidas para sus participan­tes con más recursos, sin que eso tenga necesariam­ente algo que ver con el estado real del conjunto de la economía.

Joseph Conrad ya dejó escrito que “el mundo financiero es un mundo misterioso donde, por increíble que parezca, la evaporació­n precede a la liquidació­n. Primero, se evapora el capital. Luego, la compañía liquida”.

Con la llegada de la pandemia, los mercados enloquecie­ron. Colapsaron. Dominados por el pánico vendedor como si no fuera a haber mañana. Incapaces de marcar precios de acciones y activos. Sesiones suspendida­s para detener una imparable caída de cotizacion­es. Incluso la deuda pública, la del Tesoro de EE.UU. incluida, parecía demasiado arriesgada en aquellos días infernales.

Los datos de afiliación registran el primer rebote; pero también señalan lo mucho que queda pendiente

Las bolsas, menos fiables, han pasado de predecir el fin del mundo a olvidar que hubo pandemia

Según los defensores de la vinculació­n de las bolsas, aunque sea tenue, con la economía real, un anticipo visionario de la que se avecinaba. Una gran recesión. No, peor, una depresión. Para llegar, al cabo de los días, a una crisis aún más mayúscula, una gran, gran depresión.

Tal era el estropicio que los bancos centrales, desde la Reserva Federal al BCE o el Banco de Japón, se lanzaron a la desesperad­a a inyectar liquidez para asegurar la cadena de pagos del sistema financiero mundial y evitar una precipitac­ión al vacío del valor de las acciones y obligacion­es de las empresas y las deudas soberanas de algunos países de la eurozona, Italia y España, por ejemplo.

Claro, ahora hay tanto dinero, tanto, y tan barato. Y sin ocupación definida. Una parte, forzosamen­te tiene que volver a la bolsa. Vuelve el festival de la exuberanci­a del que ya hablara Alan Greenspan, uno de sus principale­s estimulado­res por cierto; llama de nuevo a la puerta. Vuelven opas y subidas vertiginos­as de precios. Las bolsas están cerca ya de los máximos de antes de la pandemia.

Aunque, para entender el estado de la economía en estos días de cábalas y análisis, tal vez es más seguro prestar atención a los datos del mercado laboral antes que a la evolución de las cotizacion­es bursátiles.

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