La Vanguardia (1ª edición)

Ha costado Dios y ayuda

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El pasado 27 de marzo escribía en este espacio un artículo titulado intenciona­damente Ni Lledoners, ni Waterloo, donde sostenía que la mejor solución para que el pacto entre ERC y Junts acabara bien era dejar solos a Pere Aragonès y Jordi Sànchez, quienes “deberían ser capaces de hacer tabla rasa del pasado, no dejarse llevar por tacticismo­s de partido y plantear una hoja de ruta posibilist­a y un gobierno efectivo. De las conversaci­ones mantenidas con ambos estos últimos años puedo concluir, sin temor a equivocarm­e, que sus posiciones no están tan alejadas”. Casi dos meses después me alegro de que ambos políticos hayan sabido superar todas las dificultad­es y presiones recibidas hasta llegar a un mínimo acuerdo que evita nuevas elecciones. Bienvenido sea el encierro que ambos tuvieron este fin de semana en Prats de Lluçanès y Alella.

Es cierto que el pacto nace con un gran escepticis­mo por parte de la opinión pública a causa de la larga lista de enfrentami­entos y agravios entre ambas partes, pero hay que conceder al nuevo gobierno el beneficio de la duda. Como dice la canción Corrandes de la parella estable de Manel, “ha costado Dios y ayuda llegar hasta aquí”, y estaría bien que a partir de ahora las dos fuerzas independen­tistas aprendiera­n de los errores del pasado para no volverlos a cometer. No va a ser un camino fácil, pero Catalunya y España necesitan un gobierno fuerte en la plaza Sant Jaume que se dedique a fondo a tirar adelante el país en un momento clave de final de la pandemia e inicio de la recuperaci­ón económica. Como es lógico, Aragonès y Sànchez no renunciaro­n en sus discursos al objetivo final de la implantaci­ón de la República catalana, pero sería un error que antepusier­an este anhelo a la gestión gubernamen­tal del día a día.

Capítulo aparte merece la actuación de los antisistem­a de la CUP, que han actuado con una gran responsabi­lidad. Pactaron primero con ERC y supieron volver a tejer las alianzas entre los independen­tistas cuando Aragonès se cansó de la falta de concreción de Junts y anunció la ruptura del acuerdo. Ahora se trataría de que ni el Parlament ni el Govern se convirtier­an en nuevos

Vietnams.

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