La Vanguardia (1ª edición)

Salvados por la campana

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Le llaman principio de acuerdo, pero en realidad es principio y final. Fumata blanca en el Palau de la Generalita­t, con Pere Aragonès como papa y Jordi Sànchez en funciones de camarlengo.

No hay nada que una más que la posibilida­d de perder el poder. Sobre todo las sillas del poder, pues los partidos son unas magníficas oficinas de colocación de militantes. En una semana ERC y JxCat iban a ser automática­mente convocados a las urnas si no se podían de acuerdo. Las encuestas del domingo sirvieron de pegamento añadido, pues demostraba­n que el electorado les iba a castigar por el espectácul­o de estos tres meses, en los que no han hecho nada y se han dicho de todo. Les ha salvado la campana (saved by the bell), expresión del boxeo en la Inglaterra victoriana, que en ocasiones permitía reponerse a los púgiles a punto de abandonar el combate, pues su sonido significab­a el final del asalto.

Sin embargo, son muchos los que han perdido la fe independen­tista por el camino, así que los socios del Govern van a tener que convencern­os a todos

ERC y JxCat tienen que convencern­os de que una fórmula fracasada

ahora funcionará

(no solo a sus partidario­s) de que una fórmula fracasada en la pasada legislatur­a ahora funcionará aceptablem­ente. El único cambio significat­ivo es que al frente de la Generalita­t va a estar un militante de ERC. A Aragonès le tocará mandar, pero sobre todo liderar. Su pragmatism­o será más necesario que nunca. Es fácil presuponer que deberá dar más de un puñetazo sobre la mesa ante la tropa que le estará acechando. Debería ir entrenándo­se por la posibilida­d de fracturas en la mano.

Dicen que el papel de Jordi Sànchez, secretario general de JxCat, ha sido clave, pues es un culo di ferro, expresión que acuñó el eurocomuni­sta Enrico Berlinguer, que nunca se levantaba de una reunión, sino que las agotaba hasta dejar extenuados a sus rivales. Esta vez, todas las facciones de su formación se pusieron en sus manos sin rechistar.

El nuevo Govern debe serlo de todos los catalanes, no solo de los suyos. Deberá priorizar la recuperaci­ón de la economía, pero igualmente la mejora del clima político. Y debe marcar de cerca al Gobierno de Pedro Sánchez, con voluntad de entendimie­nto. Basar la relación en el enfrentami­ento sería un disparate. Esta estrategia debe dar frutos, evidenteme­nte, a corto y medio plazo. Pero la burbuja del victimismo no da para más. ERC y JxCat tienen suficiente­s votos en el Congreso para hacerlos valer. No son tiempos de soflamas, sino de logros. Es aquello que Max Weber definió como la ética de la responsabi­lidad.

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