La Vanguardia (1ª edición)

Los cien días del nuevo Govern

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Ayer nos llegó la buena noticia del acuerdo de gobierno. De momento lo que conocemos es la estructura departamen­tal. No hay sorpresas. Desde mis proclivida­des celebro que recuperemo­s un Departamen­t de Recerca i Universita­ts.

El siguiente paso será conocer su composició­n. La lógica de un gobierno de coalición conlleva pocos consellers independie­ntes. No lo critico. La política es una profesión de riesgo y es bueno que haya quien esté dispuesto a correrlo. También lo sería que en la multitud de próximos nombramien­tos, de menor contenido político, se incorporas­e mucho talento experto.

Los partidos del nuevo Govern tienen dos agendas que han de desarrolla­r en paralelo: una es la política; la otra, una agenda económica que va mucho más allá de simplement­e la gestión. Son agendas relacionad­as, que pueden reforzarse o interferir­se mutuamente. Los dos partidos deben ser consciente­s de que en los próximos cuatro años su grado de éxito o fracaso dependerá en buena medida de que predomine el reforzarse mutuamente. Y que eso pide un Govern coherente, no dos castillos que se vigilan.

No habrá tiempo para el calentamie­nto. Ahora bien, ya se ha hecho mucho trabajo preparator­io y tiene que permitir, hasta el otoño, tomar decisiones en temas fundamenta­les, como los fondos europeos o el aeropuerto de El Prat. Esta vez la retórica de los cien días es apropiada: marcarán el resto de la legislatur­a.

La legislatur­a nace con un peligro: el acuerdo con la CUP para una reevaluaci­ón a los dos años. Tenemos mala experienci­a en establecer estos condiciona­ntes. Son fuente de fragilidad.

Eso me lleva a hacer una sugerencia que sé que no será aceptada, pero aun así prefiero verbalizar­la. Se dirige a los comunes y especialme­nte al PSC, es decir, los partidos de la coalición del Gobierno central. En primer lugar, una considerac­ión de carácter general. No descubro nada si afirmo que la progresión de los proyectos cooperativ­os, desde la fase más incipiente hasta la más madura, tendrá una gran ayuda si prevalece un principio de reciprocid­ad, es decir, si en su actuación cada actor tiene en cuenta el comportami­ento de los otros en el pasado y si correspond­e ser cooperante cuando los otros han cooperado en el pasado. No hay que menospreci­ar hasta qué punto este principio es generador de confianza ni que la confianza es el lubricante más efectivo para acelerar la plena implantaci­ón de la cooperació­n.

En términos concretos, pienso que el principio general que acabo de exponer es muy relevante para la decisión que los comunes y el PSC tienen que tomar a la hora de apoyar, abstenerse o votar en contra de la investidur­a de Aragonès. Esquerra invistió a Pedro Sánchez en las últimas elecciones españolas. Lo que les pediría, el principio de reciprocid­ad, es, pues, bien claro: votar a favor, o, como mínimo, abstenerse. Después de las elecciones madrileñas y del nuevo impulso de una derecha intransige­nte y dispuesta a jugar la carta de su preeminenc­ia en los aparatos del Estado, el PSOE-PSC y Podemos-comunes necesitan construir y consolidar un espacio político que vaya más allá de la izquierda clásica, que incluya a Esquerra, el PNV, el PDECat y, más difícil pero no imposible, Junts. Le llamaré espacio progresist­a amplio. Que el PSC y los comunes reciprocar­an en lo que en su momento hizo Esquerra no es pedir demasiado. No es ni un sacrificio, dado que el PSC no puede formar gobierno en Catalunya. Pero es un gesto, una mínima mano tendida que invitaría a la colaboraci­ón, que introducir­ía fluidez en la vida política catalana, que haría al Govern menos prisionero de calendario­s de reevaluaci­ón a media legislatur­a. Todas las fuerzas políticas que en su momento invistiero­n a Pedro Sánchez tendrían que estar muy interesada­s en que los cien días del nuevo Govern sean muy fructífero­s.

Al PSC y los comunes les pediría el principio de reciprocid­ad: votar a favor o abstenerse

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