La Vanguardia (1ª edición)

Los edificios violados

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La cantidad de casas violadas en esta pandemia ha sido proporcion­al al grado de estupidez humana por metro cuadrado. CS es una masía del siglo XVI situada en medio del parque natural del Montnegre, cuidada con esmero por quienes la heredaron. El pasado 7 de marzo unos 105 energúmeno­s entraron en ella para perpetrar una macrofiest­a ilegal (a expensas de toque de queda y confinamie­nto comarcal), en pro de una de esas preayúsica­s celebracio­nes de la libertad. Alquilaron la masía dos chicas para una fiesta de... seis personas.

Supongo que la casa les diría que “no es no”, pero ellos, en su obcecación, no se dieron por aludidos y entraron en manada a ultrajar.

La noticia salió en todos los informativ­os y vimos el cuarteo de una masía violada. Ignoro si el centenar de acémilas, los que destrozaro­n las habitacion­es, los que rompieron la lámpara y rajaron los colchones, han pagado ya su multa; lo que sé es que al propietari­o no le cubrió el desastre el seguro, amparado por cláusulas de exclusión y la trampa del “vandalismo”. Servidora les hubiera puesto a todos, arremangad­os, distribuid­os en gulags, a trabajar en servicios sociales como si no hubiera un mañana.

Volví a CS hace unos días, la antigua almazara nos recibió en la entrada, olía a romero, Anita cocinaba porridge de avena y Vivi dirigía asanas en sánscrito. Y la casa se dejaba querer. Allí donde los pulmones se abren, sin juzgar ni profanar, entra la luz.

Parece que reclamar para la pospandemi­a gente amable, sabia y bondadosa es de tontos. A vueltas con la estupidez. No hay sacrilegio­s más repugnante­s que otros. Un edificio violado, también los de agencias de noticias en Gaza, es un fracaso social global.

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