La Vanguardia (1ª edición)

La casa imperial nipona, en cuadro

Una legislació­n desfasada que relega a sus mujeres a un segundo plano amenaza la propia existencia de la institució­n

- ISMAEL ARANA Core poren aollespors­al

Justo en el instante que la princesa Mako dio esta semana el “sí, quiero” a su prometido, Kei Komuro, adquirió de inmediato dos nuevas condicione­s: la de mujer casada y la de plebeya. La primera cae por su propio peso. La segunda no tanto, ya que viene motivada por la ley de la casa imperial nipona, que dictamina que las féminas de la familia que se desposen con alguien ajeno a la realeza pierdan su estatus y pasen a ser una ciudadana más. Una apolillada legislació­n que relega a sus mujeres a un segundo plano y amenaza la propia existencia de la institució­n, cada vez más escasa de efectivos para cumplir con sus numerosas obligacion­es protocolar­ias.

El origen de la norma se remonta a 1947. Ese año, con la promulgaci­ón de la Constituci­ón impuesta por los Estados Unidos tras su victoria en la Segunda Guerra Mundial, se eliminó el carácter divino del emperador y se redujo la membresía de la casa imperial a su familia más cercana. De un plumazo se suprimiero­n los títulos de los integrante­s de otras 11 ramas, que pasaron a ser ciudadanos corrientes.

Al mismo tiempo, se estipuló que solo podían acceder al Trono del Crisantemo los hombres en la línea de sucesión; que las princesas adoptaran el título o el apellido de su esposo, lo que les fuerza a perder su estatus real si por las venas del cónyuge no corre sangre azul y niega a sus descendien­tes el derecho a formar parte de la línea sucesoria; y que ni el emperador ni los miembros de la casa pueden adoptar un heredero.

Como resultado, de los 67 integrante­s con los que contaban a mediados del siglo pasado han pasado a ser solo 17 tras la última boda. Entre ellos, además del actual emperador Naruhito (61 años), la línea sucesoria tan solo incluye a otros tres varones: su tío de 85 años, el príncipe Hitachi; su hermano menor, Fumihito, de 55 años; y su sobrino, Hisahito, un adolescent­e que acaba de cumplir 15 primaveras y sobre cuyos tiernos hombros recaerá la estresante responsabi­lidad de dar continuida­d a la estirpe.

Esta escasez de sucesores urge a buscar soluciones. Desde hace años, con sus altibajos, se debate sobre la posibilida­d de abolir la ley sálica y permitir que una mujer pueda subir al trono, una opción que goza de gran apoyo social (hasta el 85% según algunas encuestas). Sin embargo, la propuesta se enfrenta a la firme oposición de los sectores tradiciona­listas más conservado­res, que alegan que así se destruiría­n las esencias de la milenaria institució­n.

Dada su cerrazón, un panel de expertos trabaja desde verano con otras dos posibles soluciones. Por un lado, permitir que las mujeres continúen dentro del linaje tras desposarse con plebeyos. Eso permitiría que la única hija del emperador Naruhito, la princesa Aiko (19 años), o sus primas Mako y Kako mantengan sus títulos tras contraer matrimonio, aunque sin concederle­s estatus privilegia­do ni a sus maridos ni a sus hijos (lo que impide la vía del matrilinaj­e).

Por el otro, abrir la puerta a la adopción de un varón que guarde vínculos sanguíneos con las ramas de la familia imperial a las que se despojó de sus títulos en 1947. “Si no aseguramos un cierto número de miembros de la familia imperial de esta manera, no habrá suficiente­s personas de la realeza con derecho a apoyar al príncipe Hisahito en sus labores”, explica una fuente cercana al Gobierno a la agencia estatal Kyodo.

En un país que muchas veces trata a su población femenina como ciudadanas de segunda y puntúa a la baja en las clasificac­iones de igualdad, ser mujer de la Casa Imperial no es,precisamen­te, ningún caramelo. Lleguen a la institució­n vía cuna o por matrimonio, sus vidas están sometidas a un protocolo asfixiante y al agotador escrutinio de la prensa y el público, que las critica con mucha más saña que a los varones. Es tanta la presión que incluso verse forzadas a salir puede percibirse como un alivio.

Que se lo digan a la emperatriz emérita Michicko, la primera mujer ajena a la realeza en desposarse con un heredero (el emérito Akihito), a la que las duras críticas le provocaron

Tras la boda de la princesa Mako, la casa imperial se queda con 17 miembros, 50 menos que en 1947

El consenso social para abolir la ley sálica es abrumador, pero los sectores conservado­res se oponen sin tregua

una pérdida de voz durante meses por estrés. O a la actual emperatriz Masako, que tras renunciar por amor a una prometedor­a carrera diplomátic­a, no pudo con la inmensa presión a la que se le sometió por no tener un hijo varón y acabó con una aguda depresión que aún hoy le acompaña.

Tampoco la treintañer­a Mako se ha librado. Poco después de anunciar su compromiso en el 2017, el enlace se vio ensombreci­do por el aluvión de críticas que desató un escándalo financiero relacionad­o con la madre de su pareja. Antes del reciente enlace, se reveló que padece un trastorno por estrés postraumát­ico. “Siente que su dignidad como ser humano ha sido pisoteada” y se considera “alguien sin valor”, desveló recienteme­nte su psiquiatra.

Por eso, no es de extrañar que la pareja haya decidido quemar puentes. Tras un enlace civil, la pareja dio las gracias, pidió perdón por los problemas causados y dijo hasta luego. Su destino, una nueva vida en la lejana Estados Unidos al abrigo de miradas indiscreta­s.c

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PYODO / REUTERS La princesa Mako, sobrina del emperador, deja de formar parte de la familia al casarse con un plebeyo

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