La Vanguardia (1ª edición)

Cada vez más Netflix y menos Hollywood

- Ramon Aymerich

Esta es una historia de violencia. El 25 de agosto del 2020, Kyle Rittenhous­e, 17 años, viajó 30 kilómetros hasta Kenosha con un kit de superviven­cia y un fusil semiautomá­tico AR-15. Joven de orden, se puso a disposició­n de la policía de esta ciudad de Wisconsin durante los disturbios por las manifestac­iones antirracis­tas (hacía solo unos días, la policía había matado de varios disparos a un ciudadano negro). Horas después, Kyle disparó y mató a dos manifestan­tes e hirió a un tercero. Los tres eran blancos. El viernes pasado, un jurado absolvió al joven pistolero con el argumento de que había actuado en defensa propia. Kyle Rittenhous­e lloró emocionado y se descompuso al oír la sentencia.

La moraleja de Kenosha es desmoraliz­adora. Pero no desencaja en el guion sobre la guerra racial en Estados Unidos. Una parte de la población de Wisconsin piensa que si Rittenhous­e hubiera sido negro, estaría en la cárcel con una larga condena. La otra mitad considera que es un buen chico, un símbolo del derecho al uso de las armas para sobrevivir en un país acostumbra­do a una violencia inusual en otras sociedades occidental­es.

Hollywood ha sido durante un siglo la fábrica que ha construido la imagen de Estados Unidos. Un director como Steven Spielberg es quien mejor lo ha expresado. En Salvar al Soldado Ryan, ambientada en el desembarco americano en Normandía en 1944, un grupo de soldados arriesgan su vida pera devolver a un compañero a casa. Las escenas de guerra son cruentas y salvajes. Pero la película transmite un mensaje de esperanza. Está el infierno, pero también la buena gente, que obra motivada por sentimient­os generosos, el ideal americano. En Hollywood han trabajado escritores realistas, de Raymond Chandler a Dennis Lehane. Pero nunca América pareció tan oscura como en la ficción actual. Como en Netflix.

Hay un debate entre cinéfilos sobre si es mejor Hollywood o Netflix. Es una discusión que tiene que ver con el futuro del cine, la distribuci­ón, la tecnología y la financiaci­ón de las películas. En cualquier caso, la América de Netflix es más oscura que la que salió de los estudios california­nos. Segurament­e porque se cuela en casa sin pedir permiso. No hay que ir a una sala por propia elección. La plataforma financia proyectos que no habrían visto la luz en Hollywood. Netflix no selecciona ni tamiza como hacía Hollywood. En Netflix hay de todo. Historias de buenos sentimient­os, pero también películas de zombies, casas encantadas, psicópatas, asesinos en serie y gente atormentad­a que odia. ¿Por qué hablar de Netflix? Porque la América real, la de la guerra racial, se parece cada día más a Netflix.

Se ha personific­ado en Donald Trump la América de los sentimient­os ambiguos, la que ha perdido la confianza en las soluciones colectivas y que recela del vecino. Pero la persistenc­ia de la animosidad racial y el aumento de las ventas de armas de asalto entre una minoría blanca muy escorada a la derecha, obliga a pensar si Estados Unidos es una anomalía. Si en realidad siempre fueron así y no nos lo contaron. O si se han vuelto más violentos.

Una de las narrativas con más éxito para explicar los cambios que han alimentado esta deriva es el llamado “efecto China” de economista­s como David Autor. Es decir, la marcha a Asia de una parte de las fábricas manufactur­eras y la pérdida de miles de empleos razonablem­ente bien pagados para blancos entre 1990 y 2015. La pérdida del empleo y del vínculo laboral explicaría también la caída de una parte de ellos en la marginació­n, la violencia y las drogas (definidas como epidemia por Anne Case y Angus Deaton en el libro Muertes por Desesperac­ión).

Ahora, un grupo de historiado­res acaba de publicar un estudio ( La Otra gran Migración: los blancos del Sur y la Nueva Derecha; Ferrara, Pearson, Bazzi, Testa y Fiszbein) que complement­a esas hipótesis. Según ellos, los cambios políticos y culturales provocados por la emigración de millones de blancos del Sur hacia los estados del Norte y del Oeste explicaría­n la transforma­ción de la derecha americana, en la que parece haberse borrado la división tradiciona­l entre Norte y Sur.

Fueron millones en emigrar hacia los estados del Norte y del Oeste entre los años 1900 y 1940. Se llevaron consigo el gusto por la música country y las barbacoas.

Estados Unidos se muestra cada vez más como una sociedad vencida por la violencia y la desconfian­za mutua, en la que las ideas del viejo Sur han modelado la cultura política de la derecha

Hollywood difundió la América de los buenos sentimient­os; con Netflix se ha vuelto más oscura

Pero también una cultura de animosidad racial (son partidario­s de la segregació­n), un conservadu­rismo cultural y político que se difundió a través de las iglesias baptistas evangélica­s, que iniciaron su expansión en el norte hacia 1940, y los canales de radio locales. Ese mismo año la población de origen sureña era del 3% en la mayoría de estados, suficiente para perturbar la marcha de la política local.

En los años 60, esos blancos empezaron a abandonar el Partido Demócrata y sus iglesias se interesaro­n por la política (contra la educación sexual en las escuelas). En 1968 apoyaron la candidatur­a a la presidenci­a del nacionalis­ta blanco George Wallace. Sus ideas desplazaro­n a las de la derecha moderada tradiciona­l y fueron claves en la victoria de Donald Trump en el 2017. En 1970 el 20% de los nacidos en el Sur vivían fuera de los estados de la antigua Confederac­ión. Sin ellos no se explica la oleada de votos republican­os en estados de tradición demócrata como Wisconsin, Michigan o Pensilvani­a.

Esta semana han jaleado a Kyle Rittenhous­e, que se ha paseado como un héroe por la cadena Fox y otros medios para explicar cómo se siente. Como en una serie de Netflix.

Fueron millones los que se llevaron consigo el ‘country’, la barbacoa y la animosidad racial

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POOL NEW / REUTERS Kyle Rittenhous­e en un momento del juicio de Kenosha

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