La Vanguardia (1ª edición)

Una o pequeña lo trastoca todo

- Enric Juliana

Ómicron es la decimoquin­ta letra del alfabeto griego. Puesto que micro significa pequeño en la lengua de Homero, la ómicron es la o breve, sencilla y escueta que no compite con la majestuosa omega, la o grande y alargada que cierra el alfabeto y significa el final de todo. Si a la OMS se le hubiese ocurrido bautizar como omega la nueva cepa del covid hoy estaríamos todos aterroriza­dos.

Al nuevo bicho microscópi­co le han asignado una letra sencilla y humilde quizá con el propósito de no agrandar la alarma, puesto que la nueva variante presenta más de treinta mutaciones y podría ser mucho más contagiosa, hasta el extremo de sortear o dificultar el efecto de las vacunas hasta ahora inoculadas. Aún no se sabe a ciencia cierta. La o es pequeña, pero la inquietud es muy grande. Comeremos ómicron por Navidad.

Las raíces griegas son profundas y eternas. Son universale­s. Dan nombre al principio y al fin de las cosas, señalan el cielo (Alfa Centauri es el sistema estelar más cercano al Sol), e identifica­n a enemigos invisibles como los rayos gamma, que podrían provocar una gran catástrofe si un día lograsen romper la capa de ozono de la atmósfera. Ómicron es palabra de ciencia ficción. Podría ser el nombre de una de las pequeñas centrales atómicas submarinas que están diseñando los ingenieros nucleares franceses para ampliar el catálogo de ofertas de Électricit­é de France ante los enigmas de la transición energética europea. Una cápsula cilíndrica con un reactor nuclear, sumergida a cien metros de profundida­d, a cierta distancia de la costa. Ómicron también podría ser el nombre de una planta de producción de hidrógeno verde en el desierto del Sáhara, o el distintivo de un dron programado para matar de manera autónoma con un sistema de inteligenc­ia artificial.

(Esos drones ya existen, deciden por su cuenta y pueden atacar en enjambre. Se llaman Kargu-2, son de fabricació­n turca y habrían sido ensayados en la guerra civil libia para aterroriza­r a las tropas de la facción de Bengasi, según un reciente informe de la ONU).

Ómicron habita entre nosotros y nombra el regreso a la incertidum­bre. Ayer ya se detectaron casos en Italia,

Alemania y Holanda. Quizá el riesgo acabe siendo menor de lo que sugieren las primeras informacio­nes, pero el miedo ya se ha instalado en el circuito internacio­nal. Las bolsas han bajado y los inversores han empezado a retirar dinero del negocio turístico y de las asegurador­as. Da vértigo pensar en una nueva fase de severas restriccio­nes. Da escalofrío­s imaginar que en España se tuviese que recurrir en los próximos meses al estado de excepción para hacer frente a una nueva situación de emergencia sanitaria, por imperativo del Tribunal Constituci­onal.

Los portuguese­s, siembre más flexibles que los españoles, acaban de decretar el estado de calamidad, figura previa al estado de emergencia, que autoriza al Gobierno a controlar los movimiento­s de la población durante un cierto periodo de tiempo. El estado de calamidad pública se puede instaurar en Portugal “ante acontecimi­entos graves, provocados por la acción del hombre o de la naturaleza, los cuales, provocando elevados daños materiales y eventualme­nte víctimas en zonas delimitada­s, exijan la toma de medidas excepciona­les durante algún tiempo”. Si la situación se complica se pasa al estado de emergencia. Llama la atención que el cuerpo constituci­onal portugués, aprobado en 1976, apenas dos años después de una revolución democrátic­a encabezada por los jóvenes capitanes del ejército, pensase en el supuesto de la calamidad pública a la hora de jerarquiza­r las situacione­s de emergencia. El constituci­onalismo español, fruto de una espesa transición, no la vio venir la calamidad. Estaban demasiado condiciona­dos por el ruido de sables y su prioridad fue dotar al Parlamento de mecanismos de control sobre los estados de alarma, de excepción y de sitio. La introducci­ón en España de una figura equivalent­e del estado de calamidad portugués podría ser una de las tareas de la próxima legislatur­a. Adecuar las leyes a los aprendizaj­es de la epidemia justificar­ía plenamente una reforma constituci­onal.

Ninguna previsión política y económica se puede efectuar en este momentos sin despejar la incógnita ómicron. Puede acabar siendo una alarma exagerada por un circuito informativ­o constantem­ente excitado por el reclamo de la catástrofe, o la puerta de entrada a una nueva pesadilla. El cubilete vírico no cesa de moverse y pronto sabremos que números trae. (Los griegos inventaron un sistema numérico que usaba letras como si fueran cifras. En el sistema de numeración jónico, la ómicron equivalía a 70).

Lejos empiezan a quedar las previsione­s de verano que aún concebían la epidemia como un tiempo aciago entre paréntesis. Las vacunas cerrarían el paréntesis y la economía iniciaría una fortísima recuperaci­ón en línea recta y ascendente. Apareciero­n entonces unos inesperado­s desajustes entre demanda y oferta, el encarecimi­ento de la energía y de las materias primas, y los cuellos de botella en el comercio internacio­nal. Y ahora llega ómicron con toda su incógnita.

Todo se redimensio­na, incluso la manifestac­ión policial ayer en Madrid. No acudieron los cien mil policías anunciados por la prensa capitalina más excitada. Fue una manifestac­ión rocosa de los policías y guardias civiles de toda España que militan contra el Gobierno, que no son pocos, con las dos figuras del Partido Popular, Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso, jugando al ratón y al gato para no aparecer en la misma foto. Una embestida. Una más.

La alarma de la comunidad científica ante una nueva variante del coronaviru­s, potencialm­ente peligrosa, obliga a poner en cuarentena todas las previsione­s sobre la evolución política, social y económica de España.

La incógnita ómicron genera inquietud: nuevos confinamie­ntos exigirían el estado de excepción

Rocosa manifestac­ión de policías en Madrid, por debajo de las exageradas previsione­s

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J.J. UILLEN / EFE Aspecto de la manifestac­ión de policías que tuvo lugar ayer en Madrid

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