La Vanguardia (1ª edición)

Olvido y perdón

-

La discusión reciente sobre la ley de Memoria Democrátic­a ha puesto al descubiert­o, una vez más, la alargada presencia y sombra de la guerra civil española de 1936. Tras los cuarenta años de dictadura y cuarenta más de democracia (tolérenme la simplifica­ción), la herida todavía supura, aunque de ella ya no brote –felicitémo­nos– la sangre. Extinguida ETA como último reducto de la llamada lucha armada, ahora la violencia guerracivi­lista es fundamenta­lmente verbal. Choque de carneros, en una tradición por desgracia muy nuestra.

La Guerra Civil, en mi infancia, no existió. Era, si acaso, un susurro, alguna alusión críptica entre mis mayores, un tabú que solo se rompió cuando el niño que fui dejó de serlo. En las dos ramas de mi muy extensa familia hubo desgracias vinculadas a la guerra, cómo no. Incluso un paseado por los republican­os y otro que fue fusilado, al final de la guerra, por los nacionales. La cosecha de muerte y las venganzas, odios y mezquindad­es de una guerra entre vecinos tiñeron luego, ya en mi adolescenc­ia, el tejido extraño y borroso de la guerra. Una tía abuela me explicaba que un jefe de centuria falangista se obsesionó con una muchacha del pueblo y que aquello acabó en una violación. Otros me hablaron de aquel sacerdote escondido y protegido durante buena parte de la guerra porque el alzacuello­s ponía en peligro su propio cuello. El rompecabez­as de inquinas y ajustes de cuentas fue creando en mí la intuición de un tiempo irreal, en el que poco valía la vida y donde casi por cualquier cosa podías acabar encarcelad­o, muerto o abusado. España, una vez desapareci­do Franco, y ya en mi primera juventud, me parecía un país de humillados y ofendidos, con un abuso evidente de los vencedores de la guerra sobre los demás españoles.

Pero mi visión maniquea de la Guerra Civil era sobre todo eso: maniquea; buenos y malos, rojos y nacionales. Los republican­os demócratas frente a los fascistas alzados en armas. El pueblo contra el ejército. Los militares contra el pueblo. Era fácil y reconforta­nte creer que había habido un golpe de Estado contra el progreso en libertad. Y que el monstruo se había comido la democracia.

Hoy en día, tras bastantes lecturas, mis certezas son menos inamovible­s. Simplifiqu­emos, que la columna es corta… Hubo cincuenta mil muertos (no entremos en la discusión de las cifras) en la zona republican­a y otros tantos o más en la zona nacional, que acabaron siendo tal vez ciento cincuenta mil a cargo de los valedores del nuevo régimen con la represión –esa palabra que hoy se ha desvirtuad­o, como la de exilio, en la Catalunya actual– posterior a la guerra. Muchos muertos y muchos humillados. No el millón de muertos de Gironella y la propaganda oficial, pero sí suficiente­s como para dejar un largo y a veces se diría que permanente trauma en la memoria colectiva de este país.

Quedan fosas por abrir y muertos en las cunetas. Y entre los juicios sumarísimo­s y los paseos sigue habiendo una diferencia que es la apariencia de legalidad. Llegamos tarde a la revisión y comprensió­n de nuestra historia. Y necesitamo­s abrir y sanar esta herida, pero sin volver a escribir un relato falso sobre la memoria de lo que fue y de las muchas atrocidade­s y desmanes de aquella guerra.

Ahora que vuelve a oírse el grito de los familiares de desapareci­dos argentinos: ¡ni olvido ni perdón!, es cuando tal vez toca reivindica­r el perdón, que no significa el olvido, pero también el olvido, cuando ya lo redimió el perdón.c

Quedan fosas por abrir y muertos en las cunetas; llegamos tarde a la revisión de nuestra historia

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain