La Vanguardia (1ª edición)

Ritual y chivo expiatorio

- Josep Martí Blanch

Ya tenemos el pasaporte covid en vigor (si el Govern atina a solventar los problemas tecnológic­os que han forzado su suspensión este fin de semana). Veníamos exigiéndol­o y al final la autoridad nos ha concedido la gracia. Del certificad­o de penales y buena conducta del pasado al certificad­o de vacunas del presente. Nada como un papel con membrete oficial para disipar cualquier amenaza, sea de la naturaleza que sea.

El mal exige rituales y chivos expiatorio­s para ser combatido y el certificad­o de vacunación satisface ambos requerimie­ntos. Lo de sacrificar corderos y bailar danzas extrañas alrededor del fuego quedó atrás. El ritual del presente ha de cabalgar a lomos de la digitaliza­ción y la inteligenc­ia artificial. Enseñarle al camarero la pantalla de nuestro smartphone para que pueda cerciorars­e de que nuestro cuerpo está ya del lado correcto de la historia y que es merecedor del café con leche y cruasán que venía tomando hasta ayer sin tanta parafernal­ia.

Nuestro certificad­o vacunal tiene dos polos, como las pilas. Es nuestro semáforo verde. Pero es a la vez el semáforo rojo del no vacunado, el dedo acusador que lo acredita como chivo expiatorio. Por fin, después de dos años, tenemos un culpable claro de nuestros males y podemos mentar a su señora madre sin remordimie­ntos. Hasta ahora nuestros chivos expiatorio­s eran frágiles por excesivame­nte genéricos y de imposible señalamien­to individual.

Empezamos con la globalizac­ión y los modos de vida del mundo moderno, después acotamos un poquito más y alcanzamos a apuntar con el índice a colectivos –los que no respetaban el confinamie­nto, los jóvenes– hasta que por fin la vacuna ha puesto en nuestras manos la oportunida­d de manejarnos con la certeza de los nombres y apellidos en el listado de los no vacunados.

La imposición del pasaporte sanitario no ha generado por estos lares debate ninguno sobre las implicacio­nes de tipo moral que conlleva y los peligros liberticid­as que el precedente apuntala. Ha habido críticas, sí. Pero centradas en cuestiones materiales y de procedimie­nto, como las dificultad­es técnicas de implantaci­ón y control o bien el perjuicio en términos de facturació­n para los negocios afectados. Por lo demás, en lo tocante a las implicacio­nes sobre la libertad individual y la dignidad de la persona, encontramo­s el vacío, la nada. Cualquier posicionam­iento crítico en esta línea es echado del tablero de juego de la conversaci­ón en nombre del mal mayor. Fijamos entre todos desde el principio de la pandemia el marco mental de que estábamos en una guerra y los conflictos bélicos exigen unanimidad­es.

Ha llegado el momento de exigir que el cuerpo, retal del individuo como algo único e irrepetibl­e, se someta al escáner de lo público como condición obligatori­a para obtener el visado que le autorice a circular, por de pronto por bares, gimnasios y residencia­s. El precedente de países europeos que ya han desplazado la línea hacia posiciones mucho más coercitiva­s para con sus ciudadanos –con Austria actuando de abanderado del autoritari­smo profilácti­co más descarnado– indica el camino que vamos a seguir todos los demás en cuanto los números de la pandemia obliguen al gobernante a aparentar de nuevo un mensaje de control y eficacia absoluta. Porque eso –control total de la pandemia– es lo que inocenteme­nte le exigimos que nos garantice, aun cuando no está en condicione­s de proporcion­árnoslo dada la propia naturaleza del asunto y el desconocim­iento lo acompaña a pesar de lo mucho aprendido.

Hace unos días, Luis Enjuanes, epidemiólo­go del CSIC, propuso que los no vacunados dejen de ser atendidos gratuitame­nte en los centros de salud. Es una posición compartida por parte de la población. Poder desahogars­e diciendo cosas así forma parte de la función social del chivo expiatorio. Si hubiésemos nacido unos centenares de años antes, los pasearíamo­s en carretas para quemarlos después de tirarles fruta y verdura podrida en el trayecto desde el calabozo hasta el lugar en que estuviese la pira. También mañana podríamos marcarles los buzones con una X de color negro por ser portadores de la muerte.

Todo esto tendría quizás algún sentido si en España no se hubiese alcanzado el 90% de vacunación entre la población de más de 12 años y viviéramos rodeados de negacionis­tas y adoradores de los posos del café. Pero en realidad lo que sucede es que se ha movido la zanahoria, no acabamos de explicarno­s por qué y necesitába­mos renovar el chivo expiatorio.c

Nuestro certificad­o vacunal es nuestro semáforo verde y a la vez el semáforo rojo del no vacunado

 ?? MARTA PÉREZ E E ??
MARTA PÉREZ E E

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain