La UE frenará la llegada de productos y materias primas relacionados con la deforestación
Percy Bolsonaro, fue garimpeiro en la dantesca mina de Serra Pelada hace 30 años, en el sureste de Pará inmortalizada en las fotos de Sebastiao Salgado.
Aunque Pará siempre aparece como el Estado número uno en el ranking de deforestación, el ción es el negocio de la madera, un 70% extraído ilegalmente en Pará, según un estudio del Simex del 2020. No ha ayudado a frenarlo el hecho de que uno de los presuntos delincuentes es el ex ministro de Medio Ambiente de Bolsonaro, Ricardo Salles.
Tras anunciar un plan de “monetizar” la Amazonia para salvarla, Salles dimitió hace seis meses , acusado de participar en una red de exportación ilegal de madera.
La fórmula de Glasgow para frenar la deforestación consiste en presionar a Bolsonaro desde las sedes de las grandes multinacionales, clientes de un país que ya es líder mundial en producción de carne, pollos, soja, azúcar, café y otros productos.
Estas empresas abarcan desde marcas globales de comida rápida como McDonalds y Burger King hasta las cadenas transnacionales de supermercados, Carrefour, Lidl, Sainsburys, entre otras, que han amenazado con boicotear productos brasileños.
China y EE.UU., por su parte, pactaron rechazar productos provenientes de áreas deforestadas. La UE solo firmará un acuerdo de libre comercio entre Mercosur y la UE si se garantiza que la deforestación se elimina en la cadena de suministro de soja, carne y otros productos.
Europa acaba de dar un paso más en la presión a Brasil al anunciar una lista de productos –soja, carne de vacuno, madera, aceite de palma, cacao, café– que serán desincentivados mediante multas si se comprueba que proceden de zonas deforestadas.
Así lo prevé un reglamento para responsabilizar a los importadores, intermediarios y comerciantes promovido por la Comisión Europea. Con sistemas por vía satélite para averiguar la procedencia de cada materia prima, se espera que la industria global de alimentos sea el arma para disciplinar al bolsonarismo.
Pero todo esto conlleva un riesgo. “La presión internacional es importante pero estas medidas pueden ser percibidas en Brasil como proteccionismo”, dijo Marcio Meira director del museo de antropología Emilio Gueldi en Belem y expresidente de la Fundación Nacional del Indio (Funai). “Deberían diferenciar entre grandes y pequeños productores y tener en cuenta que materias como cacao y café, en sistemas de producción pequeña, evitan la deforestación”. Si no se proporcionan fondos para pequeños productores en estados como Pará, la estrategia de Glasgow puede salir por la culata y alimentar el nacionalismo paranoico de Bolsonaro .
La asociación de productores de soja –un lobby con amplia representación en la bancada ruralista del Congreso– confirmó rápidamente los temores de Meira cuando anunció que “la Unión Europea debe entender que ya no es la dueña del mundo y que Brasil y Sudamérica dejaron de ser sus colonias”.
Es pura demagogia. “Acusan a
Europa de forma oportunista para ocultar la deforestación ilegal que ellos provocan”, dice Meira. Pero si hay algo que Bolsonaro sabe hacer es rentabilizar cualquier percepción en Brasil de que los países ricos y sus empresas están “chantajeando al pueblo”.
Aunque la mayoría de las personas consultadas en Belem se muestran favorables a proteger la selva, una crisis económica que ha triplicado el numero de pobres crea más incentivos para recurrir a actividades ilegales, como la minería o la extracción de madera.
“La deforestación es mala pero la gente necesita vender la madera”, resumió Lena, una vendedora en el icónico mercado de Vero-o-Peso en Belem de zumos de frutas amazónicas, poco conocidas en el resto del mundo –graviola, bacuri, cupuaçu, buriti, murici, uxi, acerola, talerabá, tucuma– pero aquí tan corrientes como la Coca-Cola.
Tampoco está claro que las grandes marcas globales sean las mejores aliadas en la campaña contra Bolsonaro. Muchas de sus filiales brasileñas, a fin de cuentas, son sus mejores socios. La misma Coca-Cola, la cervecera global Heineken –ambas, por cierto, muy activas en Glasgow– y la ya citada multinacional francesa Carrefour participan en el plan gubernamental de privatización de las unidades de conservación en la Amazonia brasileña. La iniciativa se llama Adopta un parque. El programa –que ha coincidido con recortes draconianos en el presupuesto de las instituciones públicas de control medioambiental y con una caída de un 60% de las multas cobradas por delitos medioambientales– ha sido tildado de maquillaje verde por el movimiento medioambientalista en Brasil.
Coca-Cola se ha hecho cargo del parque Javari Buriti que cubre 132 km2 en el este de la Amazonia, dotado de un bosque único en el mundo de palmeras Buriti. Heineken ha patrocinado otra área de 90 km2 en el estado amazónico de Maranhao. Carrefour patrocina la reserva Lago de Cunia en la frontera de la deforestación en el sur de la Amazonia en Rondonia. Adopta un parque fue ideado por Ricardo Salles poco antes de que saliera del Gobierno, acusado de delitos de deforestación ilegal.c