Barcelona, ‘sex and the city’
La joven aterriza en El Prat, donde la recoge un chófer que la pasea por lujosos vecindarios de Barcelona y alrededores. Su misión es fingir que es prostituta para, en un descuido de los clientes, acceder a sus ordenadores y hackearlos. Son cuatro o cinco escenas mal contadas de sexo con sometimiento. El título de la película es Una noche en Barcelona.
La joven llega a la capital catalana para cursar un Erasmus. Tras los consabidos planos frente a la Catedral o el hotel W, la protagonista es invitada a fiestas en las que las mujeres son pura mercancía. El título de la película es Erasmus Orgasmus 2.
Ambos filmes se emiten en plataformas de sexo para adultos. Son solo dos ejemplos de hasta qué punto se asocia Barcelona con el turismo sexual de pago.
Barcelona, pese a no ser la única ciudad que arrastra este estigma, se significó en los años previos a la pandemia como un destino global de alquiler de sexo. El vacío legal; la extrema tolerancia con los clientes (perseguidos en países como Francia); el efecto llamada de los grandes congresos y el auge de la oferta de desenfreno con final feliz creaban un terreno abonado para la industria del tráfico de mujeres.
Ahora, el sistema prostitucional, como lo define la activista Amelia Tiganus, intenta reanudar ese negocio adaptándose al nuevo entorno de la pandemia: más pisos y menos calle. Eso, que puede dificultar la lucha de la policía contra las redes de trata, por la menor visibilidad del problema, ha dado pie a que desde algunos sectores vuelva a reivindicarse la regulación de la compraventa de sexo.
En paralelo, sin embargo, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha comprometido a impulsar una ley para abolir la prostitución, en la línea de perseguir a los clientes y no a las mujeres prostituidas. La iniciativa tiene un futuro incierto por la dificultad
Barcelona es una de las ciudades más respetadas del mundo en lo que se refiere a la defensa de la igualdad y de los derechos civiles. Situar en el centro de sus políticas la abolición de la prostitución debería ser ahora una prioridad.
de recabar apoyos parlamentarios, pero es significativa por ser la primera vez que el poder político conjuga el verbo abolir con esta rotundidad. Hasta ahora, los avances parlamentarios consistían en desactivar los intentos de regulación, además de pactar políticas contra la trata.
La iniciativa de Sánchez, en la que ha insistido esta semana la ministra de Justicia, Pilar Llop, va a provocar que este debate se asome a la larga precampaña municipal barcelonesa. Los socialistas de
Jaume Collboni –convencido abolicionista– pueden encontrar en la prostitución un argumento que les permita empezar a distanciarse de los comunes de Ada Colau, que en términos generales son partidarios de abordar el problema dotando de derechos a las prostitutas. La intención del PSC es mantener vivo este debate en la esfera política.
Son dos planteamientos legítimos que en el fondo persiguen un mismo fin en una carrera llena de dificultades. El abolicionismo se enfrenta a un reto gigantesco: la compraventa de sexo ha existido siempre y es un derecho atávicoeirrenunciable para buena parte de la población masculina. Pero el dilema de los regulacionistas no es menor: ¿cómo lograr dotar de derechos a esa minoría de prostitutas que son las que ejercen por su cuenta, sin acabar cometiendo con ello la calamidad de blanquear las prácticas esclavistas que sufren la inmensa mayoría restante?
Y si desarrollamos el argumento: ¿Qué necesidad hay de dedicar tanto esfuerzo a preservar una actividad que en definitiva fomenta la dominación de la mujer por parte del hombre, cuando hay millones de personas en el mundo que ven como sus empleos desaparecen y se ven abocadas a una reconversión forzosa? ¿Por qué la prostitución no puede ser una actividad obsoleta más, merecedora de ayudas para la introducción en el mercado laboral de las mujeres que la ejercen, como se hace con otros sectores económicos?
De una ciudad como Barcelona, reconocida en el mundo como una de las más activas en causas como el feminismo, el antirracismo o la inclusión de las personas LGTBI, cabría esperar un paso al frente en el combate de esta forma de esclavitud. Sin renunciar por ello al sex and the city, a la ciudad lúdica y sensual. Pero sin ánimo de lucro.
El PSC prevé introducir el abolicionismo en el debate barcelonés, lo que lo distanciaría de sus socios