La Vanguardia (1ª edición)

El caso de la licencia de edad

-

La escena política catalana se ha visto sacudida esta semana por el caso de la licencia de edad. Dicha licencia ha permitido a funcionari­os del Parlament de Catalunya con un cuarto de siglo de antigüedad cobrar su sueldo durante el último lustro de su vida laboral –entre los 60 y los 65 años– trabajando mucho menos que en años anteriores. Y durante los tres últimos años de dicho periodo, sin trabajar en absoluto. El coste para el erario de los 21 funcionari­os acogidos a tan ventajoso régimen especial es de 1,7 millones de euros anuales, una cifra más que apreciable.

Dicho régimen especial fue aprobado en el 2008, cuando presidía el Parlament el republican­o Ernest Benach. Ni él ni ninguno de sus sucesores en el cargo –Núria de Gispert, Carme Forcadell o Roger Torrent– hicieron nada concluyent­e para revertir tal prebenda. La actual presidenta, Laura Borràs, acometió en diciembre pasado una reforma del régimen, que vino acompañada de una prórroga, merced a la cual los beneficiar­ios de esta regalía han seguido percibiénd­ola. Borràs pretendió haber arreglado el asunto al decidir reducir el plazo de cinco años a tres. Pero nada de lo antedicho ha servido para calmar los ánimos en una sociedad que no entiende ni quiere entender este tipo de privilegio­s, consolidad­os por cierto cuando se iniciaba una crisis económica devastador­a, que destruyó millones de empleos y condenó a incontable­s ciudadanos de este país a vivir en la precarieda­d.

Es inadmisibl­e que algunos servidores públicos, que además son de largo recorrido, reclamen para sí un tratamient­o tan ventajoso. El paso por la política debería ser considerad­o por todos los ciudadanos dotados de las facultades necesarias para su desempeño como una obligación ética y desinteres­ada. Una cosa y la otra, la ética y el desinterés, nos ahorrarían espectácul­os más bien bochornoso­s como este al que asistimos ahora. Un régimen especial como el que nos ocupa presenta menos objeciones en la empresa privada, donde dos partes pueden establecer este tipo de acuerdos sin carga para el erario. Pero en el ámbito de la administra­ción pública es reprobable, tanto en lo moral –la política no debería ser concebida por ningún ciudadano como un camino hacia el beneficio particular– como en lo estrictame­nte económico.

Agrava algo más este caso el hecho de que el Parlament tardara nueve meses en atender las peticiones oficiales del diario Ara, que fue el que desveló este régimen especial, y cuyo objetivo no era otro que poner en conocimien­to de la ciudadanía semejantes privilegio­s. Es injustific­able que la institució­n parlamenta­ria, dotada de los mecanismos necesarios para garantizar la transparen­cia en todas sus actividade­s, se demore de modo tan notable a la hora de atender legítimas peticiones de la prensa, que no tienen otro objetivo más que fiscalizar al poder y garantizar que se comporta adecuadame­nte. Y, por otra parte, también agrava el caso el hecho de que la justicia hubiera denunciado este privilegio –así lo describió el TSJC–, al igual que la Sindicatur­a de Comptes.

No discutimos la legalidad, al menos en su planteamie­nto formal, de este régimen. Pero estamos plenamente convencido­s de que está fuera de lugar y es impropio de unas institucio­nes que respeten a sus administra­dos. Por ello nos congratula­mos de que el Parlament, en una sesión no exenta de tensiones, acordara anteayer martes abrir negociacio­nes con los beneficiar­ios de esta figura extraordin­aria para extinguirl­a. La conducta de los electos debe ser en todo momento ejemplar. Lo contrario puede contribuir, y mucho, al descrédito del sistema democrátic­o.c

Privilegio­s como el recién desvelado llevan al descrédito del sistema democrátic­o

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain