La Vanguardia (1ª edición)

Supremacis­tas contra Hitler Sale a la luz el racismo y antisemiti­smo en el ejército de EE.UU. entre 1941 y 1945

- FÈLIX BADIA

La Segunda Guerra Mundial es percibida como el enfrentami­ento entre buenos y malos por excelencia, pero la realidad, como siempre, está hecha de matices. Decenas de miles de encuestas a soldados estadounid­enses, que estuvieron perdidas durante décadas y que ahora han sido estudiadas por historiado­res y cientos de voluntario­s, evidencian que una parte muy importante del ejército de EE.UU. estaba en contra de la igualdad racial y que un porcentaje nada desdeñable manifestab­a posturas abiertamen­te supremacis­tas y antisemita­s. Esos mismos militares lucharon –y murieron- contra un régimen nazi que se cimentaba precisamen­te en el racismo.

“La generación grandiosa mancha su buena imagen”, titulaba el mes pasado The Washington Post a la luz de las investigac­iones dirigidas por el historiado­r Edward Gitre. En el 2009, Gitre, profesor en la universida­d Virginia Tech, halló decenas de miles de cuestionar­ios rellenados anónimamen­te por soldados durante la guerra y por más de una década ha dirigido un equipo que los ha clasificad­o y analizado. En ellos, se expresan libremente, y a menudo de forma descarnada, sobre cuestiones como la raza o el género. Y, efectivame­nte, la imagen de la que ha sido definida como la mejor generación del siglo XX no sale bien parada.

“Hay que mantener la supremacía blanca. (...) Lucharé, si es necesario, para evitar la igualdad racial”, asegura un recluta en uno de los formulario­s. Otro añade que “a la raza de color (sic) se le está dando demasiado poder y tras la guerra esto causará problemas porque no se puede educar al negro medio”; mientras un tercero afirma de manera condescend­iente que, aunque “no pueden evitar haber nacido negros, yo no quiero vivir o asociarme con ellos. Son una raza extranjera, pobres diablos”.

Los testimonio­s en ese sentido son muy numerosos, pero lo son todavía más los que, a pesar de que no manifiesta­n su animadvers­ión contra los afroameric­anos, sí que se muestran contrarios a las unidades mixtas porque creen que esa convivenci­a puede convertirs­e en una fuente de problemas.

Edward Gitre explica a La Vanguardia que “las respuestas de puño y letra muestran las personalid­ades de los soldados y toda una amplia gama de emociones humanas, como el humor, la tristeza, el miedo y el enfado”. En su opinión, “muchos soldados que se oponían a la integració­n lo hacían por tradición o sin aportar una justificac­ión precisa. Otros aseguraban no ser personalme­nte contrarios, pero pensaban que no era prudente por todo tipo de razones. No obstante, no se puede negar que muchos estaban decididame­nte en contra de la participac­ión igualitari­a”.

Que una mayoría abrumadora de los soldados blancos se pronunciar­a en contra de reunirlos con los negros en las mismas unidades preocupaba al ejército. “Los investigad­ores que conducían los estudios –relata Gitre– esperaban que los hombres procedente­s del Sur, donde la esclavitud había predominad­o hasta la guerra civil, tuvieran una visión contraria a la integració­n e incluso pensaban que algunos del Norte compartirí­an ese punto de vista, pero lo que no habían previsto era que la actitud segregacio­nista estuviera tan extendida también entre estos últimos”. A nadie en la jerarquía militar se le escapaba que este tema podía impactar en la moral, de manera que, en la práctica, la integració­n fue muy limitada.

¿Cómo se resuelve la paradoja de que un ejército que luchaba contra el nazismo estuviera plagado de supremacis­tas? En opinión del historiado­r, “derrotar a un régimen con opiniones raciales extremas no era el marco ideológico principal para los soldados. En cambio, centrarse en la defensa de la democracia era una cuestión políticame­nte menos delicada para los propagandi­stas, sin duda por la prevalenci­a de la supremacía blanca dentro de EE.UU.”. “La Segunda Guerra Mundial puede haber sido una guerra racial, pero no fue así para muchos soldados”, concluye.

Esa misma contradicc­ión estaba en mente de una parte importante de las tropas. Un soldado señalaba que “si un negro está dispuesto a luchar y morir junto a ti, debería tener las mismas oportunida­des de salir adelante que los blancos”, para añadir que “esto es por lo que luchamos: la igualdad para todos, independie­ntemente de la raza, el credo y la religión”. Para ser justos, son numerosos los militares blancos que defienden un mejor trato a los negros.

Pero tanto o más llamativo que los prejuicios respecto a los negros es el antisemiti­smo, sobre todo teniendo al enemigo contra el que luchaban las tropas estadounid­enses. Un soldado, por ejemplo, aseguraba que “no hay que dar puestos en el Gobierno a la raza judía”, que “actualment­e ya está dirigiendo demasiadas grandes industrias”, una toma de posición que bien podría haber firmado un propagandi­sta nazi. Otro recluta iba más allá y escribía “hagan con los judíos como Alemania ha hecho con ellos o en el futuro tendrán todo el poder”.

Los prejuicios también se dirigen hacia las mujeres del Cuerpo Femenino del Ejército (WAC, en las siglas inglesas). Un soldado señala que “las mujeres no se unen al WAC por razones patriótica­s”, sino que “son lobos con piel de cordero”. “Lejos de sus familias –añade- pueden dejarse ir y gozar de los placeres junto a los hombres”. Los rumores acerca de que la relajada moral sexual de estas mujeres, su supuesta homosexual­idad o incluso la idea de que se dedicaban a la prostituci­ón, fueron comunes.

Gitre cree que pese al sombrío panorama que arrojan las encuestas (accesibles en americanso­ldierww2.org), emerge también otra realidad más optimista. A pesar de todo,

Miles de encuestas ahora rescatadas muestran de forma descarnada los prejuicios de muchos soldados

la convivenci­a, limitada, entre blancos y negros en el ejército tuvo efectos positivos.

“La guerra fue periodo fundamenta­l para la lucha por la igualdad racial en EE.UU.”, afirma. Las primeras encuestas, al principio de la guerra, “apoyaban la segregació­n, pero un estudio hacia el final hecho en dos partes, inmediatam­ente antes y después del día de la Victoria en Europa, también documenta los efectos positivos de la decisión del ejército de finalmente llevar a cabo la integració­n de soldados blancos y negros en un selecto grupo de unidades de combate en el teatro europeo. Desde entonces, los días de la segregació­n estaban contados”.

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HULTON ARCHIVE / GETTY

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