La Vanguardia (1ª edición)

La La Land

- Joan Esculies

Afinales de diciembre, entrevista­do por este diario, Gilles Kepel sostenía que en Francia se vive bajo la dictadura de la Escuela Nacional de Administra­ción. “Una aristocrac­ia de Estado completame­nte incapaz de pensar sobre las mutaciones de la sociedad”, decía el politólogo a Eusebio Val. En Catalunya sucede algo similar.

Una de las derivadas de la sentencia del Tribunal Constituci­onal sobre el Estatut en el 2010 fue que el eje nacional quedase establecid­o como preferente a la hora de formar gobierno. Desde entonces y con el inicio del procés, la alternanci­a en la Generalita­t no es posible. La propia conscienci­a de perpetuida­d ha llevado, de manera progresiva en la última década, a un estrato dirigente a estar más pendiente de la fabricació­n de propaganda de un anhelo político —la independen­cia— y de la competenci­a con el socio, que de los cambios acelerados que se producían mientras tanto en el seno de la sociedad catalana.

Este grupo ha estado más atento a lo que deseaba y a lo que pedía su entorno que de todo aquello que ocurría fuera de él. En los meses previos al referéndum ilegal del 2017 el independen­tismo, por ejemplo, destinó una notable cantidad de dinero en publicitar las virtudes del

Sí en barrios mayoritari­amente refractari­os al ideal separatist­a. Para un observador ajeno resultaba obvio que se sembraba en el asfalto. Para un dirigente imbuido del movimiento, no.

El goteo de casos de las últimas semanas —y los que vendrán— de familias que reclaman el 25% de castellano en la escuela es un síntoma palpable de esta desconexió­n. La demanda no se da porque esta lengua peligre en Catalunya, sino al contrario: porque las segundas y terceras generacion­es de catalanes hijas de inmigrante­s del resto de España viven con normalidad su uso cotidiano y tienen una relación distinta con el catalán que la que tenían sus padres. Lo mismo para los recién llegados, que lo hacen en un contexto global diferente.

La lengua catalana está dejando de ser percibida como un vehículo de promoción social fuera de las administra­ciones y organismos públicos o profesione­s vinculadas a ellos. Además, y ese es el lamento que ha engrosado durante años a Ciudadanos, un segmento de población

El catalán está dejando de ser percibido como un vehículo de promoción social

ve imposible el acceso a la Generalita­t y, por tanto, la considera algo ajeno. Que el partido se haya hundido no significa que el sentimient­o desaparezc­a.

Sin una mirada a la composició­n social real —y no la soñada—, y una respuesta conjunta, anticipada y acorde a los cambios que se producen, el autogobier­no no se podrá afianzar, ni aumentar. Vivir des del despacho de la Generalita­t en La La Land (el país de los que no tienen contacto con la realidad) puede conllevar que el día menos pensado todo el teatro catalanist­a caiga como un castillo de naipes.

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