La Vanguardia (1ª edición)

Con los ojos puestos en Ucrania

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Ucrania atrae estos días la atención mundial. La pregunta en el aire, que nadie se atreve a contestar, es hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente ruso, Vladímir Putin, en su desafío a Occidente. Sabemos que sueña con una patria fuerte y recuperada de la disolución de la Unión Soviética (que tenía un 40% más de territorio del que tiene ahora Rusia) y con volver a ser un actor decisivo en la escena mundial, como lo fue en tiempos de la guerra fría. Sabemos también que ha desplegado cien mil soldados ante la frontera ucraniana. Y sabemos que exige la renuncia formal de la OTAN a cualquier propósito de ampliación en países que fueron repúblicas soviéticas, como por ejemplo la propia Ucrania. Sabemos, por último, que presiona mediante el mencionado despliegue militar y sigue alimentand­o el rumor de una posible invasión de Ucrania.

Es más difícil saber, en cambio, si Putin va de farol o no. Pero una cosa está clara: de momento está jugando hábilmente sus bazas. Entretanto, Occidente no puede decir lo mismo. El presidente de EE.UU., Joe Biden, que ha dicho que Rusia iba a invadir Ucrania, erró al dar a entender el miércoles que la reacción occidental no sería la misma si se produjera una invasión rusa de Ucrania en toda regla o únicamente una incursión. Fuentes de la Casa Blanca matizaron enseguida a Biden, señalando que cualquier cruce ruso de la frontera ucraniana, de gran o pequeña escala militar, merecería una respuesta inmediata de EE.UU. y sus aliados.

Es decir, mientras Putin empuña firmemente las riendas rusas, Biden da pie a equívocos sobre sus intencione­s y, además, desvela o enfatiza las divisiones en el seno de la OTAN, algunos de cuyos principale­s miembros europeos son partidario­s –así lo expresó el presidente francés, Emmanuel Macron– de negociar a su aire con Rusia.

Podríamos afirmar, pues, que la batalla del relato la está ganando hasta ahora Putin. Su propósito de tratar de tú a tú a EE.UU., un país cuyo gasto militar es más de diez veces superior al ruso, está dando frutos. El viceminist­ro ruso de Exteriores, Serguéi Riabkov, ha comparado la actual situación en Ucrania a la de la crisis de los misiles en la Cuba de 1962, cuando el pulso entre EE.UU. y la URSS tuvo al mundo en vilo, a un paso de la conflagrac­ión nuclear. Las conversaci­ones de la semana pasada de Rusia con EE.UU., la OTAN o la OSCE fueron un fracaso, pero contribuye­ron a escenifica­r ese supuesto equilibrio. Y, para mayor abundamien­to, hoy mismo se reunirán en Ginebra el secretario de Estado norteameri­cano, Antony Blinken, y el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

Dicho esto, añadiremos que el relato no lo es todo. Rusia puede mantener esta tensión que realza su posición global. Pero no indefinida­mente. Tiene, pues, dos opciones. Una es relajarla, con lo que perdería parte del terreno avanzado. La otra es dar un salto al frente y lanzarse al conflicto, sea de la intensidad que sea. Eso le reportaría severas sanciones, no entusiasma­ría a la población rusa, sería por tanto un factor de desestabil­ización interna y, a la postre, podría estimular los temores de otros países de la zona y fomentar nuevas adhesiones a la OTAN –Suecia ya lo está consideran­do–, que es precisamen­te lo que dice estar tratando de evitar Rusia con su actual escalada en Ucrania.

A todo esto, el conflicto ruso-ucraniano afecta ya a otros países, incluso a España, que ha ofrecido dos navíos y aviones cazas para el despliegue disuasorio de la OTAN en Bulgaria y trabaja ya en la preparació­n de una cumbre de esta organizaci­ón en junio. El compromiso de nuestro país con la OTAN es, pues, firme. He aquí un motivo más para observar con ojos atentos la evolución de la crisis ucraniana.c

La pregunta que nadie se atreve a contestar es hasta dónde está dispuesto a llegar Putin

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