La Vanguardia (1ª edición)

Necesidad del desempate

- Josep Antoni Duran i Lleida

Empezamos el nuevo año arrastrand­o la pandemia con el zarpazo de ómicron como última variante conocida. Daniel Barenboim, dirigiendo la Filarmónic­a de Viena, señalaba acertadame­nte en su discurso del clásico concierto de Año Nuevo que este sigue siendo nuestro principal problema. Una catástrofe no solo sanitaria sino sobre todo humanitari­a que exige, decía, un esfuerzo colectivo frente al impulso disgregado­r y aislacioni­sta de la covid.

La apelación de Barenboim al valor de la comunidad como mejor antídoto de la disgregaci­ón, y su referencia a la unidad que simboliza la música, sirve de exordio para abordar un problema local de calibre distinto. Pero problema, al fin y al cabo. Me refiero a lo que, a mi juicio, constituye una de las principale­s flaquezas de Catalunya: el hecho de que el procés haya dejado en herencia una sociedad empatada en una comunidad fraccionad­a.

Más allá de matices demoscópic­os, el empate, por un lado, dentro del bloque independen­tista y, por otro, entre este y quienes no comparten el secesionis­mo esteriliza el potencial de nuestra comunidad y bloquea la necesaria unidad que se precisa para afrontar los ingentes retos del convulso presente y futuro más próximo. El 2021 nos ha permitido dejar atrás los turbulento­s comportami­entos institucio­nales de la presidenci­a de Torra. La irrelevant­e gesticulac­ión ha dado paso a posiciones más dialogante­s. Incluso despedimos el año con un acuerdo presupuest­ario que supera la barrera de los bloques y con una renovación de cargos institucio­nales entre los partidos del Gobierno y la principal fuerza de la oposición. Nada de todo ello es desdeñable. Pero es claramente insuficien­te.

Afortunada­mente, no parece probable que en Catalunya vayan a celebrarse elecciones a lo largo del año que acabamos de estrenar. Y segurament­e, si las hubiera, difícilmen­te se produciría el necesario desempate. Como mucho, las urnas podrían aportar alguna novedad en el bloque independen­tista. Podría ser que uno de los dos partidos se impusiera con mayor claridad sobre el otro. Pero dudo muchísimo que, hoy por hoy, un proceso electoral generara un decisivo trasvase de votos entre el bloque independen­tista y el que no apoya tal objetivo. O a la inversa. Y si las urnas no desempatan, como viene siendo el caso, quienes tienen el deber de propiciar la ruptura del actual bloqueo son los dirigentes políticos catalanes. Nadie puede excusarse apelando a Madrid como chivo expiatorio.

Soy consciente de que, aunque no haya elecciones parlamenta­rias a la vista, los comicios municipale­s de la primavera del 2023 abren un ciclo electoral que avivará las pulsiones partidista­s. Pero Catalunya no puede seguir aplazando el reto de acabar con el empate que castra su potencial. La pandemia sigue siendo una prioridad y sus consecuenc­ias económicas, sociales (son muchos los que se han quedado atrás agudizando la desigualda­d) y sanitarias (la salud mental entre estas) exigen un esfuerzo común que el actual empate no favorece.

Pero no es solo la pandemia. El impacto de la digitaliza­ción y robotizaci­ón en el mercado laboral, las consecuenc­ias del cambio climático, el innegable fracaso de nuestro sistema escolar, los mismos costes del procés … o la obligación de reconstrui­r un nuevo consenso lingüístic­o –por citar algunos de nuestros desafíos– precisan también acabar con la Catalunya empatada. Estamos en una de aquellas horas históricas en las que se requiere buscar soluciones, más que señalar culpables.c

Catalunya no puede seguir aplazando el reto de acabar con el empate que castra su potencial

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