La Vanguardia (1ª edición)

Carne de cañón

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Casi nadie sabe, y segurament­e importe a muy pocos, qué dijo exactament­e el ministro español de Consumo en una entrevista en The Guardian sobre el consumo de carne y sobre las llamadas macrogranj­as, pero el episodio ha servido para generar una polémica en la que se habla de todo menos del sector ganadero. A tres semanas de las elecciones en Castilla y León, el ministro Alberto Garzón se ha convertido en carne de cañón al servicio de la pugna electoral entre populares y socialista­s. Pablo Casado se ha agarrado a las palabras de Garzón para presentars­e como un Robin Hood ante la España vaciada e intentar retener la fuga de votos hacia Vox.

En este debate de pura dialéctica política, con el pretexto de las macrogranj­as se ha metido todo el sector ganadero en el mismo saco, lo cual es muy injusto; lamentable­mente, crece la percepción para una parte importante de la sociedad de que los productore­s de carne se han convertido en una amenaza colectiva y están entre los primeros puestos de las actividade­s económicas más nocivas. Sin duda, como en todos los sectores, habrá quien no haga las cosas bien, pero sería un grave error no poner en valor la importanci­a que tiene la ganadería y, por ende, la industria agroalimen­taria.

Cuando pensamos en explotacio­nes ganaderas debemos tener claro que hay una gran disparidad de realidades. Desde una explotació­n familiar perfectame­nte integrada en los preciosos parajes del Lluçanès

hasta una granja con más de cien mil cabezas de porcino en Murcia o Aragón, hay modelos que son sostenible­s y otros que no lo son, pero es un sector clave para la economía de muchas comarcas y es un elemento imprescind­ible para mantener la continuida­d de personas y actividade­s en el territorio. Asegurar la viabilidad de la actividad ganadera es, sin duda, una de las fórmulas más eficaces para evitar la despoblaci­ón de muchas zonas rurales.

Pero es verdad que la realidad de las explotacio­nes ganaderas está muy lejos de la imagen pintoresca de quienes, hace ya bastantes décadas, podían vivir con una docena de gallinas, cuatro cerdos y dos vacas. La potente industria agroalimen­taria de Catalunya y de España ha potenciado la creación de grandes complejos ganaderos destinados a proveer cantidades ingentes de carne para atender sus necesidade­s de producción. Y en el caso concreto de la carne de cerdo, aprovechan­do los efectos de la peste porcina en China, España se ha convertido en el tercer productor mundial, tras la propia China y Estados Unidos. Es aquí donde, segurament­e, se ha cruzado la línea de lo sostenible. Producir carne exige un gran consumo de agua y obliga a gestionar, todavía de forma poco eficiente, gran cantidad de residuos, tanto de granjas como de mataderos. Exportar excedentes de carne en grandes cantidades significa que también corremos con los importante­s costes ambientale­s que ello conlleva.

No se puede tomar la parte por el todo. La polémica desatada sobre las macrogranj­as no aporta nada a la necesaria reflexión de cómo apoyar al sector primario. De la misma manera, podría hacerse un paralelism­o perfectame­nte simétrico con la producción de verduras y hortalizas a gran escala, que crecen bajo infinitos mares de plástico y que exigen gran cantidad de agua donde no la hay.

La mejor manera de ayudar al sector primario y de garantizar un futuro sólido a la industria agroalimen­taria es asegurando su sostenibil­idad ambiental, pero eso no significa que haya que reprobar el conjunto del sector. Que en menos del 2% de las granjas de produzca más del 50% de la carne de pollo, o que de una quinta parte de explotacio­nes porcinas salga la mitad de la producción, parece un desequilib­rio que hay que corregir, exigiendo más a quien puede hacer más. El problema ambiental asociado a la producción de carne no lo crean ni los pequeños ni los medianos productore­s.

Si nos remitimos a los hechos, por lo general, al sector primario se le dedican muy buenas palabras y poco más. Solo así se explica que un sector tan importante como el de la leche de vaca esté al borde de la quiebra y cerrando granjas cada día porque, desde hace algún tiempo, los ganaderos tienen que venderla por debajo del precio de coste ya que no tienen margen de negociació­n ante el oligopolio de la industria láctea. Podemos encontrarn­os con la absurda paradoja de tener que importar leche por haber abandonado a este sector. Cuando pase la campaña electoral nadie hablará ni de granjas ni de granjeros y constatare­mos que solo eran carne de cañón electoral.c

El problema ambiental por la producción de carne no lo crean ni los pequeños ni los medianos productore­s

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MAFAEL BASTANTE / EP

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