La Vanguardia (1ª edición)

Biólogos chinos anuncian que han conseguido crear un pez sin espinas en su carne

- JAVIER RICOU

Uvas o sandías sin semillas, coles con sabor a lechuga, híbridos que mezclan el sabor de manzanas y peras o nectarinas y paraguayos y ahora... un pescado sin espinas. ¿Habrá también cerezas sin hueso? Con la edición genética nada parece imposible.

El último ejemplo lleva el sello Made in China. Biólogos de ese país han conseguido modificar genéticame­nte una carpa muy consumida y popular entre esa población para que no tenga espinas intermuscu­lares. Una proeza de laboratori­o que, si funciona, va a disparar el consumo de ese pescado al desaparece­r de su organismo esas pequeñas y finas espinas que cuesta mucho separar de su carne. Por eso ahora hay que comerlo con mucho cuidado para no atragantar­se.

El proyecto lo ha desarrolla­do un grupo de investigad­ores del

Instituto Pesquera del Río Heilongjia­ng, adscrito a la Academia de Ciencias Pesqueras de China y tendría ya la bendición de las autoridade­s sanitarias.

El pez modificado genéticame­nte es de la familia de las carpas, un pescado muy preciado en China pues ese país fue el primero –de eso hace miles de millones de años– en dedicarse al cultivo y crianza de ese pez para transforma­rlo en alimento, recuerda Lluís Tor Bardolet, biólogo y catedrátic­o de Fisiología Animal de la UAB.

El trabajo se ha centrado en la carpa cruciana, famosa por su carne tierna y delicioso sabor. Pero hay un problema. Sus espinas intermuscu­lares son demasiado pequeñas para separarlas de la carne y se corre un alto riesgo de que se queden enganchada­s en la garganta.

Se trata de una carpa muy preciada en ese país, pero difícil de comer por sus espinas intermuscu­lares finas

Tampoco hay, en este caso, ningún sistema industrial para retirar esas espinas antes de poner este pescado a la venta.

¿La solución para degustar esa carpa sin riesgos? Conseguir que esos peces crezcan sin esas finas espinas intermuscu­lares. Y el reto parece haberse alcanzado. Lluís Tor explica que esto se habría conseguido con la “técnica del silenciami­ento genético”. O para que se entienda mejor: “Se ha localizado al gen que favorece la formación de esas espinas y se ha suprimido para que no se exprese”, añade este catedrátic­o.

Este es un trabajo de laboratori­o en el que se crean, manipuland­o los óvulos, las nuevas carpas. Y no ha sido fácil, apunta Lluís Tor, pues de los millares de genes de esas especies “se descubrier­on 1.600 que podrían estar detrás de esas espinas”. Y entre estas últimas se localizó la secuencia que se buscaba para eliminarla.

Tor recalca que “estamos en una fase aún prematura y ahora falta saber si ese gen silenciado podría tener otras funciones en ese organismo” y constatar que los descendien­tes de las carpas modificada­s genéticame­nte no tendrán esas indigestas espinas.

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