ENTREVISTA
Casi cuatro años después de ganar el Oscar a la mejor película y dirección por La forma del agua –a historia de amor fantástica también cosechó la estatuilla a mejor música y diseño de producción–, Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964) vuelve a colocarse tras la cámara para filmar su película más oscura, una mirada a las miserias del ser humano que, pese a estar ambientada en los años cuarenta, no ha perdido un ápice de actualidad. El callejón de las almas perdidas es un homenaje al cine negro clásico que adapta a la gran pantalla la novela de William Lindsay Gresham que Edmund Goulding ya dirigió con Tyrone Power y Joan Blondell en 1947. En ella, Stanton (Bradley Cooper) es un buscavidas que trabaja en una feria ambulante y acaba haciéndose famoso actuando de mentalista y engañando a la gente asociándose con una psicóloga (Cate Blanchett) tan poco de fiar como él. En ese universo repleto de charlatanes, mentirosos y magia falsa en el que también habitan unos personajes con los rostros de Rooney Mara, Toni Collette, Willem Dafoe y David Strathairn, el creador de El laberinto del fauno despliega su apabullante imaginario visual para reflexionar sobre la época que vivimos.
¿Qué es lo que le atrajo de la novela de William Lindsay Gresham para querer hacer su propia versión cinematográfica?
La leí a principios de los noventa y me impresionó muchísimo por su calidad onírica. Era, sin lugar a dudas, una novela profundamente psicológica y simbólica. Una parábola sobre la ambición, la oquedad del querer tener más. Pero, aparte de todo eso, tenía una capa íntima con el personaje y el autor. Era casi una autobiografía oblicua del escritor. Como si todos los componentes de su psique representados por estos personajes tuvieran un diálogo entre ellos. Después pasaron muchas décadas y cuando Kim Morgan sugirió que la adaptáramos, me di cuenta que respondía muy claramente a la ansiedad del momento en el que estamos ahora.
¿Y qué momento es ese?
YUn momento en el que la verdad y la mentira cruzan las líneas en la dialéctica que tenemos con el mundo muy claramente. La capacidad tan grande que tenemos de engañarnos y engañar, de ser crueles unos con los otros. Y esa sensación que tenemos que es muy apocalíptica, que es que todo se va a acabar en los siguientes dos minutos. Vivimos en un momento social muy comprometido. Hemos llegado al punto en que no sabemos discernir lo que es verdad de la mentira, y lo que es peor, no sabemos lo que es real. Yo siento que hay una fragmentación enorme y el cine negro y la literatura negra responden al momento en que son hechas. Si piensas en la posguerra americana, el antihéroe de Robert Mitchum responde a esa desilusión con la idealización del sueño americano. Cuando piensas en los noir de los ochenta y los noventa, tienes