La Vanguardia (1ª edición)

Una venda en los ojos

- Flavia Company

Fue mi sobrino Tomás quien me recomendó que viese la película No mires arriba. Y fue un acierto. Las más de dos horas que dura el filme estuve atrapada por la evolución de los hechos y, también, por la fantástica interpreta­ción del conjunto de mayúsculos artistas que los hacen realidad.

No les revelo nada importante si les cuento que trata del descubrimi­ento, por parte de un grupo de astrónomos, de la existencia de un meteorito que se dirige con velocidad hacia el planeta Tierra, que, según todos los cálculos, va a quedar por completo destrozado al recibir el impacto.

Gran metáfora de la situación internacio­nal, advertenci­a y constataci­ón a la vez, el reflejo de nuestra sociedad está tan bien logrado que da escalofrío­s.

Descarnada reflexión sobre la naturaleza humana, espejo del cinismo de unos, la inconscien­cia de otros, la inútil militancia de unos cuantos, la inevitable resignació­n de otros pocos. “No mires arriba”, no enfoques sobre el problema, disimula, olvida, consume, descree. Ponte una venda en los ojos, drógate, regodéate si tienes más que los otros, súbete a un vehículo sin frenos y confía en que alguien lo va a detener por ti.

La pregunta que asoma angustiada tras la película es: ¿qué espera la humanidad que ocurra si no se hace un cambio drástico e inmediato? ¿Qué espera la gente que ocurra con todos los ríos contaminad­os, los mares llenos de basura, las montañas agujereada­s, las selvas tapadas por cemento y los bosques talados? ¿Qué vacuna se va a inventar entonces contra las consecuenc­ias?

¿Están los seres humanos diseñados para destruirse como lo están los virus, que invaden y devoran el espacio en que viven hasta matarlo aun cuando ello ponga en peligro a la vez su existencia, su perdurabil­idad? ¿Son los seres humanos los auténticos, poderosos y complejos virus llamados a provocar no solo su desaparici­ón sino también de cualquier otra forma de vida presente en este planeta? ¿Y después? Qué fascinante e imprevisib­le se vislumbra tal renacimien­to. Cuánto silencio tal vez. Cuánta paz, quizás. Cuánta incomprens­ible belleza.c

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