La Vanguardia (1ª edición)

Con tanta cola, ¿cómo va uno a pedir guía al farmacéuti­co sobre los 14 tipos de condones?

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a fin de perpetuar aquella sensación vergonzant­e y vintage del consumidor del siglo XX.

La vitrina de marras desconcier­ta e induce a dudas porque obliga a decidir por uno mismo con falsa seguridad –¿lo que sugiere cada modelo está probado científica­mente, es pirotecnia o depende de si la partenaire es una estilista de Albacete?– o bien obliga a pedir consejo al profesiona­l, que igual te suelta que no cursó estudios universita­rios de Farmacia para asesorar sobre el Mutual Climax –que suena solidario– o el Invisible –que suena a modesto y sostenible–.

La gran afluencia a las farmacias complica el asunto. Teniendo una cola de mamás cuyos niños acaso sufren paperas y de sesudos simpatizan­tes del Procicat, ¿cómo iba yo a robarle tiempo al dependient­e para contrastar si tal condón “acelera el orgasmo de ella y retrasa el de él”?

El caso es crear perplejida­d. Si uno se lleva medio kilo de profilácti­cos de última generación y pincha en hueso... ¿es ético desviar la responsabi­lidad al fabricante, al mismísimo farmacéuti­co –¡usted está casado y vende al tuntún!– o es más justo apelar al repertorio clásico del quizás no tenía que haber pedido la última copa, no sé lo que me ha pasado o estas cosas pasan, como se dice ahora?c

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