La Vanguardia (1ª edición)

Dieciocho años

- Susana Quadrado

Se van marchando. Un día se marchan los tres. Otro día se marchan los siete. Otro, los doce. Luego, los quince. Y después no los busques por ninguna parte porque, si los encuentras, ya no son tus hijos. Sino parecidos. Con tus apellidos. Con algunos gestos de entonces, eso sí.

Se han ido y ya no vuelven. Y tú entonces te dices dónde leñes has estado mirando y qué has estado haciendo todo este tiempo.

He aquí una versión actual de la mujer nueva, con unas ganas enormes de independen­cia y de comerse el mundo aun sin saber ni por dónde empezar a hincarle el diente. De una u otra forma, viene a ser la niña de ojazos negros brillantes y pelo castaño de siempre, la que lo ponía siempre todo al revés, la que se dormía con el canturreo de Roseret, de la menorquina Joana Pons. Entonces tú maldecías ese caos de casa tumultuosa con niñas. Ahora sabes que maldecirás el orden a solas que vendrá demasiado pronto. Conoces lo que eso significa porque ya lo has experiment­ado antes.

Entre los efectos secundario­s más paradójico­s de la madurez está el de los aniversari­os de tus hijos. Pasando los años, seguro que te has ganado a esas personas y que las has querido blindar de todo lo malo del mundo. Lo has intentado, al menos; no hay manual de instruccio­nes. Estás orgullosa de la mujer en la que se ha convertido pero a la vez, ay, cómo pesa la idea de que se te está escapando.

Llega un día en que tus hijos dejan de mirar a través de tus ojos. Apenas ni te enteras cuando pasa. Esos negros ojazos saltones siguen queriendo entender todo lo que ven. Sin embargo, la mirada ha cambiado, ya no es la tuya.

¿Qué queda de la niña que era antes? ¿Qué habrá de lo que ahora observas cuando ella tenga tu edad? Te lo preguntas mientras organizas mentalment­e la lista de las prioridade­s que le has querido enseñar, de lo que le dirás ahora porque es una ocasión especial.

Le dirás que siga siendo como es. Que es todo lo que le queda por delante, sí, pero también mucho de lo que le queda de lo pasado. Que no deje de reivindica­rse nunca, a los dieciocho, a los veinte, a los cincuenta. Que ceda ante el “tendría que...”. Con toda la renuncia y la valentía que comporta. Que siempre que pueda amplíe su espacio vital un palmo más, no para estar sola en él, sino para poder respirar,

Los aniversari­os de tus hijos son uno de los efectos secundario­s más paradójico­s de la madurez

pensar o sencillame­nte para cazar mariposas como Nabokov. Que aprecie las cosas bellas, siempre. Pero que aprenda que hay otras feas, bellamente extrañas. Que conozca mundo, a gente especial, que persiga excepcione­s, que se atreva a lo desconocid­o. Que sepa resetear su vida si se siente mal, igual que hace con su ordenador cuando se cuelga.

...

Después de repasar media docena de diarios y con Rusia amenazando con una guerra en Ucrania, la mejor noticia que puedes contar hoy es que tu pequeña acaba de cumplir dieciocho años.

Gracias, Martina, por muchas cosas.

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