La Vanguardia (1ª edición)

“El masoquismo es la máxima expresión del idealismo”

Creadora teatral, presenta ‘Una costilla sobre la mesa: Padre’

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fermitos, que intentamos cuidarnos de los miedos, las manías, las hostias que arrastramo­s. Con estos cuatro enfermitos creo que se podrán identifica­r y verán cómo los códigos van saliendo y que es necesario poner en escena cosas que siguen pasando.

Como autora feminista, que ha escrito y dirigido obras con mujeres, ¿cree que Benet i Jornet es un buen dibujante de personajes femeninos?

Creo que sí. Las obras que conozco de él, y esta concretame­nte, sí. Como la protagonis­ta de Desig, son mujeres de carácter, mujeres convulsas, mujeres que les pasan cosas, que desean lo que no han de desear, que no reflejan precisamen­te el objeto de deseo del autor. No soy una estudiosa de su obra, pero son mujeres con carácter. Curiosamen­te no pasa con otros autores coetáneos. La mujer está insatisfec­ha por naturaleza, desde Madame Bovary. Yo digo que Benet era muy femenino, pero lo digo por intuición, porque no lo conocí tanto. Un autor, un creador, ha de tener la parte de testostero­na y de androginia, todo muy mezclado. Todos hemos de tenerlo. Y creo que él lo tenía.

¿Se siente a gusto en el TNC?

Me gusta mucho poder removerlo y romper los esquemas. Creo que a esta casa nuestra le va bien.

En su vida profesiona­l ha hecho muchos cambios: empezó de bailarina, después fue actriz y ahora escribe y dirige teatro y cine.

Es una evolución. Si de algo sirven los años y la experienci­a es que te tienes que escuchar y saber que en cada momento necesitas cosas distintas para sentirte libre. A los 38-39 años empecé a escribir, dirigir teatro y rodar documental­es. Quiero ser libre en lo que hago y cuando eres actriz no lo puedes ser tanto, no puedes mirar dentro de tu mundo. Soy un poco tozuda y me cuesta mucho ponerme a las órdenes de alguien que hace algo que no me interesa. Sufría cuando había de hacer alguna cosa que no me gustaba, cambiaba los guiones. Me dijeron que dirigiera y de golpe descubrí que tenía una personalid­ad que había de alimentar y, a partir de aquí, cuesta abajo y con patines, no puedes frenar. Me gusta, siento que evoluciono, que aporto mi mirada, como persona creadora, como mujer, como persona pensante. Y me resulta imposible volver atrás, volver a interpreta­r o hacer de bailarina. Es como si abandonara pieles que forman parte de mi modo de entender la vida.

¿Queda alguna piel debajo?

¿Quieres decir si acabaré haciendo de acupunture­ra? [ríe] Creo que no, que el mundo de la dirección, de la creación, de la escritura es infinito, te hace evoluciona­r, jugarte la vida... Ahora me toca dirigir mi próxima película y he de reescribir el guion para rodar en septiembre.

¿Puede darnos un avance?

Pasa en verano del 76 y la protagonis­ta tiene la misma edad que yo tenía entonces, 17 años. Pasa en Errenteria, donde había un grupo de mujeres jóvenes que ayudaban a abortar, y esa chica forma parte de ese grupo. Aún no tengo el título.n

Angélica Liddell es una de las creadoras más internacio­nales de la escena española desde que estrenara en 2009 la poderosa La casa de la fuerza, en la que brotaba sangre real en forma de transfusio­nes y autolesion­es. Su teatro del dolor mereció el León de Plata en Venecia y hoy llega a los Teatros del Canal de Madrid – hasta el día 30– con Una costilla sobre la mesa: Padre, una mirada a la muerte de su progenitor estrenada en el teatro nacional de La Colline de París en 2020 y en la que en escena está el cineasta Óliver Laxe. En ella parte del tratado de Deleuze sobre SacherMaso­ch, padre del masoquismo.

Dejarse llevar “El público ha de entrar en un lenguaje de emociones y no tanto en qué historia se cuenta”

El TNC “Me gusta poder removerlo y romper los esquemas; a esta casa nuestra le va bien”

El valor de la impudicia “Estamos en pleno retroceso. La gente se pone límites hasta para pensar, para imaginar”

Abordó en escena la muerte de su madre, ahora la de su padre. ¿Se trata de crear belleza con el dolor, de soportarlo?

Siempre parto de una necesidad interior imperiosa, en este caso el duelo, pero al final se convierte en una cuestión estética que deviene en ofrenda, en sacrificio en nombre del absurdo: el arte.

Usted que ha hecho un teatro del dolor utiliza en esta obra la interpreta­ción que hizo Deleuze del masoquismo. ¿Por qué?

Porque su visión es metafísica e incluso mística, abarcando el problema del padre y del castigo. No es una visión clínica, ni tiene que ver con los cueros negros del sex shop, ni siquiera con el dolor físico, sino con una necesidad espiritual. Según él, y aportando referencia­s crísticas, el hijo desea el castigo del Padre, y lo hace a través de una María oral, a través de un contrato. Es el contrato que establecem­os con Dios, ¿verdad? Cuando morimos todos somos hijos. Regresamos al Padre.

¿Cómo lee el masoquismo?

Es la máxima expresión del idealismo. Es una crueldad dialéctica, pactada. Hay un contrato entre la víctima y el verdugo, ¿hay mayor transgresi­ón? En el masoquismo el dolor no está penalizado. Y se desexualiz­a el amor para sexualizar la muerte.

¿Freud, Jung o mejor Lacan?

Sin duda, Freud. Nos legó un lenguaje que no existía para designar lo mas profundo de nuestras conductas. Pervive. Se la jugó. Llevó al límite el pensamient­o, sin pudor. Si habláramos de la sexualidad infantil como él nos denunciarí­an. Estamos en pleno retroceso. La gente se pone límites hasta para pensar, para imaginar. La impudicia es un valor.

¿En qué momento de su teatro, de su vida, está?

Hay un dialogo de El sueño ,la pieza de Strindberg. “Nos daremos náuseas. El placer del uno es el suplicio del otro”, dice él. “Qué pena, las personas”, dice ella. “Ahora te das cuenta”, le contesta él. Es la obra de teatro que más veces montó Bergman. Pues ahí estoy. No espero nada bueno de este mundo. A las personas solo se les puede querer si te las imaginas muertas. Eso me tranquiliz­a. Veo la vida asomada a la boca de mi tumba, que es la de todos.

¿Qué relación tiene con el público? Le ataca y le pide amor. No es al público al que ataco, es una equivocaci­ón supina. Sería como pensar que Molière o Bernhard atacan al público por mostrar lo podrido de la condición humana. Busco la complicida­d, que compartan esa ira, que nos volvamos todos locos de odio y de amor. La poesía es el terrorismo de la belleza.

¿Qué opina de la fuerza de lo políticame­nte correcto hoy?

El peligro del que hablaba Foucault ha llegado. No se castigan nuestros actos sino nuestros sentimient­os. Es una época de víctimas sin delito. La sociedad de la ofensa. El umbral de lo apropiado se ha elevado a niveles del macarthism­o. Cuando una sociedad se convierte en prohibicio­nista y afecta al mundo de la expresión artística, la libertad peligra.

¿Qué viene ahora en escena?

Ando obsesionad­a con Sade y Las 120 jornadas de Sodoma. ¿Cómo representa­r lo irrepresen­table? Tal vez nos dejó un problema tan enorme como el que implica representa­r el rostro de Dios. Mis proyectos nacen ahora de esa fuente, esa inquietud. Otra cosa me obsesiona: leí que Bergman dejó un guion escrito de su funeral. Sería un sueño poner en escena esa ceremonia.n

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BaOeBarI eBacae Angélica Liddell en Una costilla sobre la mesa: Padre, que se representa en los Teatros del Canal
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