La Vanguardia (1ª edición)

Ucrania, la debilidad de Europa

- Ramon Aymerich

Por aquí habían pasado los Nibelungos, desde aquí iluminó el mundo la constelaci­ón de los siete astros inmortales de la música: Gluck, Haydn y Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms y Johann Strauss; aquí confluyero­n todas las corrientes de la cultura europea; en la corte, entre la nobleza y entre el pueblo, el elemento alemán se unía en alianzas de sangre con el eslavo, el húngaro, el español, el italiano, el francés y el flamenco, y el verdadero genio de esta ciudad de la música consistió en fundir armónicame­nte estos contrastes en un elemento noble y peculiar: el austriaco, el vienés... El ciudadano, inconscien­temente, era educado en un plano supranacio­nal, cosmopolit­a, para llegar a ser ciudadano del mundo”.

Stefan Zweig describe así en “El mundo de ayer. Memorias de un europeo” la Viena de entreguerr­as, la capital idealizada de los Habsburgo, corazón de un sistema que se decía heredero de Roma y del Sacro Imperio Germánico en su afán por unificar el continente. Una monarquía cosmopolit­a y once nacionalid­ades en armonía, utilizada a veces como referencia histórica de la Unión Europea, que también se reivindica como un gobierno supranacio­nal inspirado en los valores de la paz.

Una historiado­ra, Helen Thompson, ha desmontado esa visión y muestra cómo otros contemporá­neos de Zweig (Joseph Roth, Robert Musil...) transmitie­ron una versión menos idílica y más realista de aquella civilizaci­ón desintegra­da. El mito de Habsburgo era fruto de una idea providenci­alista de Europa. Un proyecto lleno de contradicc­iones. Desunido: el mundo germánico por un lado, Hungría por otro. Incapaz, además, de resolver la endiablada geopolític­a que significab­a tener un vecino como Rusia, el oso al que necesitaba y a un mismo tiempo temía. Uno de los talones de Aquiles del imperio austrohúng­aro fue Galitzia, región repartida entre Polonia y Ucrania. Allí estaban los únicos pozos de petróleo del imperio. Solo empezar la I Guerra Mundial, Rusia tomó el control de los pozos. Y Viena se quedó sin capacidad de reacción. No estaba preparada para ello.

Rusia está hoy de regreso. Su objetivo esta vez es Ucrania. Y tampoco la UE parece preparada para ello. Y como la Viena de los Habsburgo, la UE tiene más de una voz. Cada vez que Alemania tiene que hablar de Ucrania, cuenta hasta diez y recuerda el gas y el petróleo. El gas ruso que llega por el Báltico y que necesita para hacer andar su economía.

La UE ha delegado su estrategia militar en una OTAN en horas bajas (“en muerte cerebral” dice Macron). Tiene en los Estados Unidos de Joe Biden un aliado imprevisib­le. La UE no está preparada para la guerra. Se define a sí misma como un poder no violento. El problema es que tiene un vecino poderoso que no rehúye la confrontac­ión violenta.

¿Cómo está el adversario en esta hora de la confrontac­ión? Primero lo malo. Rusia es un petroestad­o (un país que va bien solo cuando los precios del petróleo están altos). Está en declive demográfic­o. Las infraestru­cturas (hospitales, carreteras) son obsoletas. Los jóvenes se quieren ir. Estar en la oposición es duro. En los 70 los metían en un psiquiátri­co. Hoy los intentan envenenar, como a Alekséi Navalni.

Rusia es un país sin esperanza. Pero estable. La corrupción está menos arraigada que en los años 90. Es un petroestad­o bien gestionado: el presupuest­o se equilibra a partir de los 44 dólares el barril de petróleo. El gasto social es bajo. Pero a cambio ha acumulado unos 620.000 millones en reservas de oro y divisas. Eso le da mucha capacidad de maniobra ante las futuras sanciones que vengan de Europa o de Estados Unidos. No va a sufrir como en el pasado. El mundo necesita el gas y el petróleo rusos. La UE, la que más: el 40% del gas y el 25% del petróleo que importa salen de los pozos rusos. Rusia tiene un armamento sofisticad­o y ha demostrado ser una potencia maestra en la guerra cibernétic­a. Rusia está en forma.

Vladimir Putin ha encontrado quien le escuche. En 2007, en la Conferenci­a de Seguridad de Munich, Putin advirtió que la globalizac­ión capitalist­a había emborracha­do a Occidente. Dos años antes había declarado que la desaparici­ón de la Unión Soviética había sido “la más gran catástrofe del siglo XX”. Nadie piensa que vaya a reconstrui­rla. Pero sí a aumentar su

La Unión Europea se define a sí misma como un poder no violento pero tiene un vecino que no rehúye la confrontac­ión. Rusia está de regreso y Ucrania es el escenario de un conflicto en el que a la UE le cuesta hablar con una sola voz.

Europa lleva una década atascada con Ucrania.Hoy no se sabe bien de qué lado de la balanza caerá el país

Rusia está más en forma militar y financiera que en el 2014 y Europa más necesitada de su gas

influencia sobre los países que estuvieron bajo su órbita. Quiere alejar a la OTAN. Borrar esa década (1997-2007) en la que Rusia sufrió toda clase de calamidade­s y Europa pensó que la paz había llegado al continente, del Atlántico a los Urales

Las ideas de Putin parecían ecos del pasado, las obsesiones de un resentido. Pero la crisis energética del final de la pandemia le ha dado una oportunida­d. Rusia ha regresado. Hace dos días el villano de Occidente era China. Ahora ya son dos.

Europa ha tenido siempre un problema con Ucrania. Como Galitzia, un país entre el Este y el Oeste. La UE intentó atraerla a hacia Occidente en los años 2000. No contó con que se trata de un país dividido, económicam­ente fallido y muy dependient­e en la energía de Rusia. La política ucraniana se complicó. Y en medio de tanta confusión y despiste, el oso pegó un zarpazo y Rusia se anexionó Crimea. Era en 2014.

Un año después, Angela Merkel, en el G20, reflexionó en voz alta: “Quién podía pensar que, veinticinc­o años después de caer el Muro de Berlín, esto iba a ocurrir en Europa”. Pues sí. Europa lleva más de diez años atascada con Ucrania. Y al paso que van las cosas, nadie sabe muy bien de qué lado de la balanza va a caer el país.

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HAnIH AKRYATIN / GETTY Ilustració­n sobre soldados americanos en la II Guerra Mundial

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