La Vanguardia (1ª edición)

Nauru busca tesoros marinos que son de todos

- XA IER MAS DE XAXÀS

Nauru es pequeño, un estado insular de apenas 21 kilómetros cuadrados situado en la Micronesia, justo al sur del Ecuador, lejos de casi todo lo que no sea agua. Tiene 13.600 habitantes y una lengua, el nauruano, que no todos hablan.

Durante millones de años, solo los pájaros y los reptiles habitaron Nauru, una isla plana y redonda, protegida por un arrecife de coral. Los primeros hombres llegaron hace más o menos 3.000 años y vivieron de la pesca. Nada cambió demasiado hasta que a principios del siglo XX los europeos empezaron a extraer guano, un excelente fertilizan­te para las plantas. Lo hicieron ajenos por completo al impacto social y medioambie­ntal que causaban. Tardaron seis décadas en llevárselo casi todo, 35 millones de toneladas que se utilizaron para abonar las granjas de Europa y Australia. El 80% de la isla, todo el interior, quedó yermo. El paisaje es apocalípti­co: rocas calcáreas despojadas del manto de excremento­s que las ha cubierto desde el origen.

Apenas hay agua potable ni agricultur­a.

Han pasado sesenta años y Nauru, que después de haber tenido la renta per cápita más alta del mundo en los años ochenta, rozó la bancarrota con el cambio de siglo, se dispone a liderar otro desastre ecológico, uno que amenaza con destruir el fondo abisal de los océanos, el último espacio no explorado de la Tierra. Si se sale con la suya, a mediados del 2023, todo el lecho marino, unos 1,6 millones de kilómetros cuadros, la mitad del planeta, quedará abierto a la minería .

–afirma su Gobierno en un vídeo promociona­l– es parte de un proyecto pionero que pronto podrá alimentar la economía verde”.

En los lechos oceánicos, a lo largo de millones de años y sin que se sepa muy bien cómo, se han formado nódulos polimetáli­cos. Se parecen a trufas o patatas arrugadas. Miden entre uno y veinte centímetro­s. Crecen alrededor de un desecho marino, como un diente de tiburón o un trozo de coral. Son ricos en magnesio, calcio, cobre, cobalto, níquel, titanio y otros metales necesarios para la transición energética. Presentan una concentrac­ión de cobalto que es seis veces superior a la que se encuentra fuera del agua. La de níquel es el triple y la de itrio, utilizado en las baterías eléctricas, es cuatro veces superior. Se han encontrado nódulos con hasta seis mil veces la concentrac­ión de telurio, un metal que se utiliza en las películas que recubren los paneles solares.

Los nódulos descansan sobre el fondo del mar y un científico que participó hace años en una expedición en la Baja California aseguró que pescarlos era tan difícil como coger una piedra con una pipeta desde lo alto del Empire State Building de Nueva York y a ciegas.

La luz penetra en el mar hasta los 200 metros de profundida­d. Desde ahí a los mil metros se extiende la zona de penumbras. Más abajo la oscuridad es absoluta.

Las llanuras abisales del Pacífico, especialme­nte una zona entre México y Hawai que se conoce como Clarion-Clipperton, donde Nauru ha solicitado el permiso de minería, pronto correrán la suerte del Salvaje Oeste durante la fiebre del oro. Una treintena de compañías han obtenido permisos para recoger nódulos y excavar de modo experiment­al.

La Autoridad Internacio­nal de los Fondos Marinos (AIFM) gestiona los permisos. Es la institució­n que vela por este “patrimonio común de la humanidad”. El derecho del mar, aprobado en 1982 en Montego Bay, establece que la explotació­n de los fondos marinos que están más allá de las 200 millas náuticas que cada país gestiona como propias, debe realizarse “en beneficio de toda la humanidad”.

La AIFM depende de Nacio“Nauru

Todo indica que a partir del 2023 el fondo abisal, el último espacio no explorado, se abrirá a la minería

Las concentrac­iones marinas de telurio, itrio, cobalto y níquel son superiores a las terrestres

nes Unidas. Se creó en 1994 y tiene su sede en Kingston (Jamaica). Durante los últimos 20 años ha resistido las presiones para abrir el fondo del mar a la minería. El pasado junio, sin embargo, Nauru invocó una cláusula que obliga a la AIFM a regular las prácticas mineras subacuátic­as en los próximos dos años. Las compañías mineras necesitan un país que patrocine su proyecto ante la AIFM y la canadiense Metals Company se ha aliado con Nauru, que, a cambio de este favor, puede ganar unos cien millones de dólares al año.

Gerald Barron, presidente de Metals Company, asegura que “la transición a la energía limpia no es posible sin extraer miles de millones de toneladas de metales del planeta” y que pescar los nódulos de los fondos marinos “reducirá de manera dramática” el impacto medioambie­ntal. Los oceanógraf­os discrepan. Los mares, que ya sufren la crisis climática, la explotació­n pesquera y la contaminac­ión con vertidos de todo tipo, aún sufrirán más si ahora se permite la minería. Cientos de científico­s han pedido a la AIFM que no lo permita, pero su influencia es limitada.

La AIFM se financia con los permisos de exploració­n y recibirá un porcentaje de los beneficios de la minería. Necesita el dinero ya que la mitad de los miembros hace años que no pagan las cuotas. Su secretario general avanza que la regulación para explotar los lechos marinos estará lista antes de julio del 2023.

Los nódulos se extraerán a ciegas con dragas, orugas submarinas y sistemas de aspiración. Lo más probable es que lo seres que allí habitan se extingan. Apenas habremos podido conocerlos. Podemos explorar las estrellas, pero no el fondo del mar. Todo lo que vive a más de mil metros por debajo de la superficie, en las zonas abisal y hadal, es difícil de conocer. La bióloga Edith Widder calcula que allí puede haber más seres vivos que en tierra firme. Durante millones de años han vivido sin ingerencia­s del hombre, fabricando su propia luz, creando, según Widder, el espectácul­o de luminiscen­cia más impresiona­nte del planeta.

Los taxómanos tienen dificultad­es para situar en el árbol de la vida las especies que se van descubrien­do. Hay seres que se protegen con conchas de hierro y geles de aluminio. Otros no tienen intestinos ni sistemas nerviosos. Fabrican su propia luz con reacciones químicas. La quimiosínt­esis les permite obtener materia orgánica a partir de materia inorgánica. La vida se abre paso junto a los respirader­os hidroterma­les que calientan el agua hasta los 370 grados Celsius, pero también lejos de ellos, a 11.000 metros de profundida­d, en la fosa de las Marianas, donde hay anfípidos que no sabemos cómo resisten la presión.

Todo este mundo desconocid­o y que tanto puede enseñarnos corre el riesgo de desaparece­r en nombre de un progreso que se vende como limpio y sostenible. Nauru es solo el cómplice necesario de una industria extractiva sin la que parece que podamos subsistir.c

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(C) HADI ZAHER / GETTY con 13.600 habitantes y un pasado marcado por un gran desastre ecológico.
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Playa de Anabare, en Nauru, una pequeña isla al sur del Ecuador
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HADI ZAHER / GETTY Amanece . Playa de Anabare, en Nauru, una pequeña isla al sur del Ecuador Desnudas. Las rocas calcáreas afloraron al desaparece­r el guano y hoy ocupan 4/5 partes de la isla.
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DAVID KIRKLAND / DESIGN PICS / GETTY E acc n. Ins talaciones obsoletas que se utilizaron para extraer el guano, práctica que aún se lleva a cabo.

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