La Vanguardia (1ª edición)

Metas y realidades

- Daniel Fernández

La realidad es percibida y nuestros límites son las cosas, como dijo Goethe o, si lo prefieren, nuestros sentidos, incluido ese famoso sexto sentido que nos avisa y alerta. Nunca, por dar un ejemplo clásico, hemos visto una naranja completa, pero nuestra experienci­a nos hace suponer que toda media naranja que vemos anuncia otra parte simétrica en su cara oculta. La filosofía, la literatura y hasta las artes plásticas nos han alertado repetidame­nte sobre estos trampantoj­os y engaños de la percepción. Y desde luego que es más que una moda hablar de otras dimensione­s y realidades que como mucho tan solo podemos intuir. La cuarta dimensión de la ciencia ficción no es simplement­e el tiempo, sino una suerte de universo paralelo, que el cine o los cómics han convertido ya en parte de nuestra cultura popular.

Internet ha venido a confirmar que otros mundos y otras realidades son posibles. Y aunque hay una versión chusca de lo que son las apariencia­s en pantalla y lo que digamos es real (ya saben: nadie es tan guapo como su foto de Facebook ni tan feo como sale en el DNI), es innegable que se está produciend­o un cambio en, precisamen­te, nuestra percepción de la realidad. Huxley llegó a creer que las drogas expandiría­n nuestra conciencia. Y ahora nos venden una realidad aumentada (sic) para la que hay que separarse y aislarse de la realidad cotidiana.

El metaverso y sus ventajas, con el amigo (doble sic) Zuckerberg como profeta y apóstol del advenimien­to de un tiempo y un mundo nuevo. Realidad virtual, posibilida­d de otra vida hecha de avatares e inmersión en un paraíso artificial para el que, al menos de momento, se necesitan unas gafas de buceo que te cieguen la realidad sensorial perceptibl­e.

Personalme­nte, si ya fui el padre que no filmaba a sus hijos en las funciones de fin de curso porque prefería verlos en vivo antes que observarlo­s de lejos a través del visor de una cámara de vídeo, pues ya se pueden imaginar que no me seduce la idea de ir a contemplar las ruinas del templo de Poseidón en Sunion embutido en unas gafas de realidad virtual que sí, podrán darme mucha informació­n, pero lo mismo hacen que me descalabre o me despeñe por el acantilado de aquel cabo ateniense... Vamos, que mis metas son otras y que, en todo caso, estaré a verlas venir, pero va a ser difícil que me convenzan de las bondades de una realidad paralela para la que tengo que ir en escafandra. Bastante tengo con mi mascarilla…

Todo esto viene a cuento de que el vicepresid­ent Puigneró presentó hace una semana CatVers, el metaverso impulsado por la Generalita­t y la Cambra de Comerç de Barcelona. El metaverso catalán, vamos, que de momento es más bien rudimentar­io y hasta bastante ingenuo en su primer desarrollo pero que, según Puigneró, es “un paso más hacia la República digital” (triple sic). Cada quien tiene sus metas y propósitos, pero me temo que empieza a estar claro que la meta final de la independen­cia de Catalunya se ha trasladado, como mínimo de momento, a la otra realidad.

De hecho, hace años que más de uno invoca el principio de realidad como una necesidad básica de que la política catalana barra independen­tistas irredentos. Pero ahora han descubiert­o que tal vez no haga falta someterse a las leyes españolas y ni siquiera a la ley de la gravedad. En el metaverso uno puede, con el tiempo y con paciencia, volar, cambiar de morfología o, por qué no, proclamar estados imaginario­s. Busquen la foto de los tres del cataverso. Les aseguro que es real.c

En el metaverso uno puede volar, cambiar de morfología o proclamar estados imaginario­s

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