La Vanguardia (1ª edición)

El votante, ese incordio

- Carlos Zanón

Podríamos hablar de Boris Johnson o de nuestra despistada Mesa del Parlament o de cualquier personaje que denigre el bello oficio de la política. Es fácil, peligroso e injusto hacer tabla rasa porque siempre hay intereses dictatoria­les y terribles en llegar a la conclusión de para qué tantos hombres malos si nos bastaría con un solo hombre bueno y cruel.

Lo cierto es que ser funcionari­o de la política te deja dentro de las murallas, y no es que nos desprecien al resto que nos quedamos fuera o nos quieran fastidiar sino simplement­e que no salen de su asombro al ver cómo manejamos nuestras vidas. Ellos necesitan de nuestros votos y les asustamos en jauría, pero en realidad son élite y juegan a hacer que juegan y, como el protagonis­ta de

Bella del Señor, las horas se les pasan a muchos haciendo punta a los lapiceros. Nos ven, nos miran y no entienden cómo vivimos, con nuestros sueldos y privacione­s, con las mentiras –las nuestras y las suyas–, nuestros horarios y familias, alquileres y vacaciones, en barrios feos, escuelas, itinerario­s y días sin IVA, en metro, coche y autobús, apuntados al RACC y al Primavera Sound. Les entiendo. Miren sus sueldos. Miren la seguridad de cuatro años cobrándolo­s. Miren sus horarios y las relaciones añadidas al trabajo. Miren su gestión de la publicidad y las bombas de humo. Miren a sus hijos. No les culpo porque yo tampoco entiendo a la gente que arriesga su vida en pateras ni a las que trabajan a euro al día haciendo zapatillas en India, ni por qué la gente que ha de dormir en la calle sigue adelante al día siguiente y, a veces, tampoco entiendo por qué seguimos votando a quien nos mira confundién­donos a ratos con un rebaño de vacas, a ratos con unos amigos de infancia y solo muy de tanto en tanto con el bosque de Durham que se acerca.c

Nos ven, nos miran y no entienden cómo vivimos con nuestros sueldos

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