La Vanguardia (1ª edición)

Vladímir, el Kremlinato­r

- John Carlin

Estoy leyendo un libro recién publicado en inglés titulado Corruptibl­e. El autor es Brian Klaas, un profesor de política estadounid­ense que pretende dar respuestas a preguntas que nos hacemos hoy y que los seres humanos se han hecho siempre.

¿El poder corrompe, o atrae a gente corrupta? ¿Por qué hay tanta gente tan mala al mando de tantos países? ¿Cómo es que permitimos que los peores nos gobiernen?

Cualquiera leyendo estas palabras estará repasando en la cabeza una lista de nombres de líderes vivos o muertos. Hoy yo solo puedo pensar en uno. El más siniestro, el más peligroso y segurament­e el más corrupto: el presidente de Rusia, Vladímir Putin, el que está contemplan­do ahora mismo iniciar una guerra absolutame­nte innecesari­a, salvo para sus propios intereses.

Ahora mismo más de cien mil tropas rusas ocupan la frontera con Ucrania, y Estados Unidos y Europa se esfuerzan por convencer a Putin de que no invada. A Putin, sí. Porque –olvídense de sus lacayos en el Kremlin– todo depende de él. Veía esta semana una serie sobre la Rusia de comienzos del siglo XX llamada Los últimos zares. Buena, pero habría que cambiar el título. De últimos nada. Rusia, un país que jamás ha conocido la democracia, está hoy bajo el mando de un individuo con poder absoluto.

El pretexto que Putin vende a su gente por movilizar el ejército es que los enemigos están en la frontera. Que señal de ello es que la OTAN está a punto de incorporar a Ucrania. Que Putin, como Stalin frente a la agresión nazi, es el hombre llamado a defender la patria. Basura. Todo el mundo sabe, Putin el primero, que no existe el más mínimo riesgo de que la OTAN invada Rusia. El riesgo es que el pueblo ruso se vuelque contra Putin. La amenaza viene de los maltratado­s ciudadanos rusos y del líder que les da voz, Alexéi Navalni.

Con Navalni en la cárcel, Putin ha vuelto la mirada al mal ejemplo que pueden llegar a ofrecer Ucrania y otros países fronterizo­s que antes estaban dentro de la esfera de control rusa. No olvidemos las palabras de Putin sobre el colapso de la Unión Soviética en 1991: “La catástrofe geopolític­a más grande del siglo”. Como explicaba esta semana un exembajado­r de Estados Unidos en la OTAN: “Lo que Putin más teme es la independen­cia de los vecinos de Rusia… A Putin le preocupa que si uno de estos estados se convierte en una próspera y exitosa democracia, los rusos pidan lo mismo”.

Es decir, la inestabili­dad mundial y el precio en muertos, refugiados y pobreza que causaría una invasión de Ucrania es un precio que Putin pagará feliz si contribuye a consolidar el mafia-Estado que ha presidido desde el año 2000 y que pretende seguir liderando –gracias a una enmienda constituci­onal que él forzó el año pasado– hasta al menos 2036.

Vemos variantes sobre el colosal cinismo de Putin en todos lados, siempre. De los líderes que hay en el mundo hoy Putin es el que concentra de manera más completa los peores defectos y vicios de los gobernante­s a lo largo de los tiempos. Es la persona en la que debemos pensar cuando leemos el libro del profesor Brian Klaas.

¿Por qué tenemos gente tan nefasta en el poder?, Klaas pregunta. Su respuesta, tras décadas ponderando la cuestión en decenas de países, es que hay tres grandes problemas. “Primero, el poder es un imán para gente corrompibl­e. Mires donde mires, el peor tipo de gente busca conseguir autoridad sobre los demás. Es especialme­nte así para aquellos con un cóctel psicológic­o particular­mente destructiv­o conocido como la tríada oscura: maquiaveli­smo, narcisismo y psicopatía”.

Putin es la tríada hecha carne. ¿Maquiavelo? Inevitable, tras años como agente del KGB en la época de decadencia de la Unión Soviética –agente de tercera, ojo, poca cosa aquel Putin, lo que le habrá sumado esa cuota de resentimie­nto que inyecta fervor y crueldad en los tiranos–. ¿Narciso? Total. Solo hay que ver su andar de chulito acomplejad­o o las fotos que se hace semidesnud­o encima de un caballo. ¿Psicópata? De libro. Cero empatía. Una persona incapaz de sentir compasión por los demás, que lo último en lo que piensa cuando ordena matar es ponerse en la piel de su víctima.

Lo juntas todo y tienes la máquina perfecta del poder, una especie de robot programado para obtener y conservar el poder a toda costa, sin piedad. No un Terminator, un Kremlinato­r.

El segundo problema que identifica Klaas es el que patentó lord Acton, el político inglés del siglo XIX que dijo que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutame­nte. Putin honra la antigua tradición. No hay que decir más.

El tercer problema no tiene tanto que ver con el líder sino con quienes le dan el poder. La gente. “Quizá preferimos olvidarlo, pero muchos de los líderes que más odiamos fueron elegidos por los ciudadanos, de Hitler a Papa Doc Duvalier, a Hugo Chávez, Rodrigo Duterte y Vladímir Putin. Hay razones complicada­s de por qué nos seducen los farsantes y los hombres fuertes… Estudiosos de la evolución humana dicen que nuestros cerebros no han evoluciona­do mucho desde la edad de piedra”.

Por más fraude electoral que haya en Rusia, por más que maten o encarcelen a posibles rivales opositores, hay que reconocer que Putin conecta con muchos de sus compatriot­as. La imagen que proyecta de cazador fuerte tipo edad de piedra funciona bien. Pero también ha sabido apelar al mito de “la Rusia Grande”, a la nostalgia que existe por una época dorada que realmente nunca lo fue para la enorme mayoría de los rusos, habitantes a lo largo de la mayor parte de su historia de un país que combina tercermund­ismo con frío extremo. Ha sido listo Putin en transforma­r el resentimie­nto que la gente debería sentir hacia él, su gobernante, en resentimie­nto hacia supuestos enemigos fuera de sus fronteras. El viejo truco funciona, como estamos viendo hoy. Putin acierta, según dicen los expertos en Rusia, en calcular que recuperar Ucrania sería visto tanto por sus incondicio­nales como por muchos rusos que dudan de él como una hazaña gloriosa.

La nada original conclusión del profesor Klaas parece ser que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. En tal caso, pobres rusos. Y pobres los que tenemos que compartir el planeta con ellos mientras el Kremlinato­r siga en el poder.c

Putin concentra los peores defectos y vicios de los líderes a través de los tiempos

Por más que en Rusia maten o encarcelen a opositores, su presidente conecta con muchos compatriot­as

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