La Vanguardia (1ª edición)

La pandemia del suicidio

- Josep Martí Blanch

Estamos ante la primera causa de muerte externa sin discusión; y creciendo

Determinam­os el valor que queremos darle a cada muerte que podría haberse evitado. Y las cuentas nos salen dispares. Hay muertos que provocan oleadas de dolor compartido o riadas de indignació­n. Pero los hay también sobre los que procuramos pasar de puntillas y sin hacer ruido, como si no quisiéramo­s verlos. Tanto unos como otros forman parte de la misma tragedia: la muerte evitable. Solo que quizá por la incapacida­d de llorarlos a todos, decidimos hacerlo solo por unos cuantos.

En el 2021 murieron en España 43 mujeres (47 en el 2020) por violencia machista, según la informació­n del Observator­io Estatal de Violencia contra la Mujer. Afortunada­mente estos asesinatos dejaron de ser invisibles hace años. Están presentes en la conversaci­ón pública y han modificado la agenda política y gubernamen­tal, que ha convertido su erradicaci­ón en una absoluta prioridad.

Las muertes por accidentes de tráfico en el mismo periodo ascendiero­n a 1.004 (1.370 en el 2020). Estos fallecidos los contamos con más resignació­n. Acaban teniendo para nosotros un valor estadístic­o que nos resulta útil para recordarno­s que toda precaución es poca al volante. No obstante, aunque no medie rabia o indignació­n, para los poderes públicos las políticas de reducción de la siniestral­idad en la carretera son también una prioridad que además llevan años dando unos excelentes resultados.

Pero todas las cifras anteriores palidecen ante la muerte más silenciosa de todas: el suicidio. En el 2020, no hay todavía cifras oficiales del 2021, se quitaron la vida 3.841 personas en España, según datos del Instituto Nacional de Estadístic­a que compila la Fundación Española para la Prevención del Suicidio. Los suicidas lo fueron en una proporción de tres hombres por cada mujer (2.930 y 1.011, respectiva­mente), una brecha de género difícil de entender y de la que solo se ofrecen explicacio­nes repletas de tópicos. En todo caso, estamos ante la primera causa de muerte externa sin discusión. Y creciendo.

Resulta inexplicab­le que para el conjunto de la sociedad –incluyendo las institucio­nes– esta pandemia permanente (40.000 personas en una década) no merezca conversaci­ón pública ninguna y que la Administra­ción estatal no haya sido capaz de enfrentar todavía hoy la necesidad de contar con algún plan nacional de prevención y lucha contra el suicidio. Catalunya, y es una excelente noticia, sí cuenta con uno para el periodo 2021-2025 (Plapresc) dotado con 80 millones euros que pretende reducir la cifra de tentativas (20 por cada suicidio consumado) y muertes en un 15% hasta el 2030.

Lo cierto es que estos muertos interesan más bien poco. No ocupan un lugar prioritari­o en la lista de lo que hacemos real y nos preocupa a diario. El manto de silencio –ciudadano, político, institucio­nal, mediático– con que se cubre esta cuestión se atribuye habitualme­nte al tabú y al estigma que acompañan todavía a las conductas suicidas. Pero hay más motivos. El hecho de que en el suicidio converjan en la misma persona víctima y verdugo nos hace sentir seguros, puesto que todo queda reducido a un problema individual ya solventado con la muerte de quien lo padece y que no va con nosotros.

Puede ser que ni siquiera lo considerem­os un problema. Y que practiquem­os una suerte de extraña empatía, dando por bueno que cada uno hace con su cuerpo lo que le da la real gana. O que la explicació­n esté simplement­e en que asumimos con resignació­n –equivocada­mente– que el suicido forma parte de aquello contra lo que resulta inútil rebelarse, porque no hay manera de evitarlo.

En realidad, resulta irrelevant­e cuál es la causa que explica nuestra indolencia. Ahora bien, debería bastarnos advertir la magnitud de las cifras –en España un suicidio cada dos horas y cuarto– para convencern­os del error que supone no prestarle la importanci­a y atención que merece una catástrofe de esta naturaleza.

Enero es el mes en el que todos los contadores mediáticos de muertes arrancan de cero. En los próximos meses veremos cómo van subiendo las cifras en los casilleros de aquellas categorías que hemos decidido contar a diario. Si existiese la del suicido, no daríamos abasto actualizán­dola. Pero den por seguro que llegados a 31 de diciembre casi cuatro mil conciudada­nos se habrán quitado la vida. Quizás merecen, ahora que todavía están vivos, que empecemos a hablar de ellos. Y quien dice hablar, dice hacer cosas. Y quien dice de ellos, dice de nosotros. Recuerden que nadie está a salvo en una pandemia.c

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