La Vanguardia (1ª edición)

Reflexione­s sobre las nuevas experienci­as de la virtualida­d

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La renuncia al mundo online, parcial, pues también disfrutaba de HBO en el ordenador, no es un voto irrenuncia­ble. Su hermano y cuñada le reglaron hace 6 meses un iPhone 6S, de segunda mano para que se conozcan sus joyas. “No necesito mucho para vivir, mi máxima aspiración ahora es comprarme sábanas –se ríe–, pero tienen razón que mi trabajo se ve más en las redes”. Con el nuevo dispositiv­o, se asombra de la calidad de las fotos de la cámara y sube a Instagram las imágenes de sus joyas. “A veces, me dejo llevar y veo cosas nuevas, pero me desgasta. Acabo pensando que no recibo tanto como lo que aporto mirando”. Por lo demás, se siente ajena al mundo de selfies y postureo. También lo usa, de forma muy comedida, para comunicars­e con la familia y amigos (o con periodista­s, desde que su historia apareció en La Voz de Galicia). Tiene ya tres grupos, de pocas personas cada uno. Y está siendo un aprendizaj­e conocer los nuevos códigos. García obtuvo su primer móvil a los 19 años, cuando el uso y acceso a aplicacion­es no eran como en la actualidad. Hay aspectos de la cotidianid­ad virtual que le irritan: los 20 mensajes previos a quedar a tomar unas cañas, los emoticonos para resumir un estado de ánimo, los mensajes despersona­lizados y reenviados, el uso del dispositiv­o para matar las esperas en una cita, los aparatos sobre el mantel en una charla. Lo virtual, cree, es enemigo de lo sensorial. Para ella, se pierden las observacio­nes mientras se espera a alguien, se evitan silencios y se malgasta la oportunida­d de confrontar con personas que te gustan o te disgustan. Se elude, en definitiva, de estar presente en el lugar y hora. “Si te aburres, te aburres y eso también está en nuestra condición humana”, afirma. Mantiene los mails y el teléfono fijo para las conversaci­ones largas, como hizo durante toda la pandemia. Entiende que, a veces, se queda fuera de conversaci­ones sobre la actualidad virtual. Y admite que desconoce posibles ventajas. En todo caso, controla el uso del nuevo móvil para evitar que recorte el espacio vital que construyó cuando no tenía realidad online. García se encontrarí­a en uno de los extremos opuestos a lo que el filósofo polaco Zygmunt Bauman califica de Generación líquida (Paidós, escrito con su discípulo Thomas Leoncini), la de los “smartphoni­anos” con acceso digital 24 horas al día, y sus dos mundos paralelos. “Dos mundos netamente distintos, entidades plenamente en las antípodas, y la tarea de reconcilia­rlos y forzarlos a solaparse está entre las competenci­as que el arte del siglo XXI nos exige adquirir, hacer nuestras y utilizar”. También alerta de sus peligros el filósofo Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio, Herder) para quien la digitaliza­ción desmateria­liza el mundo. “En lugar de guardar recuerdos, almacenamo­s inmensas cantidades de datos. Somos adictos a esos estímulos constantes”.

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