La Vanguardia (1ª edición)

Cruzada en Catalunya para vacunar al 40% de extranjero­s, que se resisten

Trabajo callado en mezquitas y misas ortodoxas para sortear miedos y creencias

- JAVIER RICOU

En mezquitas, mercadillo­s, delante de iglesias tras una ceremonia ortodoxa, en locales sociales... ayuntamien­tos, ambulatori­os y autoridade­s sanitarias han unido esfuerzos para convencer a la población extranjera afincada en Catalunya sobre los beneficios de la vacuna contra la covid.

Es un trabajo silencioso y sin el foco mediático para no criminaliz­ar a unos colectivos muy condiciona­dos –aunque lleven años aquí– con lo que pasa en sus países de origen con las campañas de vacunación. Cambiar esa percepción no es un trabajo fácil. Y aun queda mucho por hacer, pues los índices de vacunación entre esa población extranjera (solo el 60% ha recibido el fármaco, según datos de Salut) está muy lejos –más de veinte puntos por debajo– de los porcentaje­s de inoculacio­nes entre la población local.

Las mayores reticencia­s a la vacuna se detectan entre ciudadanos originario­s de países del Este. Bulgaria, Rumania, Ucrania... Son territorio­s con un índice de inoculació­n muy inferior a la media europea. En Bulgaria, por ejemplo, la población con la pauta completa no llega al 30%. En Ucrania es del 32,5% y en Rumanía solo el 41% de la población del país está vacunada.

“No podemos decir que sean negacionis­tas –apunta Anna Pla, directora del CAP de Guissona– pues admiten que la enfermedad existe. La negativa a vacunarse, suelen contar, es porque dudan de que esos fármacos sean eficaces y repiten que no ha habido tiempo para probarlos. Es la informació­n que les llega de sus familias y países de origen”.

La mitad de la población de Guissona es de origen extranjero. Esos ciudadanos trabajan en una industria cárnica de la Segarra y la mayoría de esas personas provienen de países del Este. Así que en esa localidad han notado, como nadie, la desconfian­za de esos vecinos con la vacuna.

Hace meses que se hacen campañas para animar a la población a que se inocule. Y no siempre con éxito. Anna Pla recuerda que semanas atrás montaron un puesto de vacunación en domingo, junto a la puerta de la iglesia de Guissona, tras una misa ortodoxa. Administra­ron treinta vacunas en dos horas. No es una cifra para lanzar cohetes, “pero menos es nada”, recalca la directora del CAP de esa población.

Ana Marchal es adjunta a la dirección del Servicio de Atención Primaria del Barcelonès Nord y Maresme del ICS. Si se indaga en el origen de los usuarios que acuden a los ambulatori­o de esa zona, se cuentan más de 20 nacionalid­ades. Animar a la vacunación en esa torre de Babel ha supuesto un trabajo extra para sanitarios y ayuntamien­tos.

“Hemos dado charlas en mezquitas, nos hemos trasladado hasta los barrios donde vive esa población

Esos ciudadanos están influencia­dos por lo que pasa en sus países, a pesar de llevar muchos años aquí

extranjera y contactado con los líderes de las diferentes comunidade­s para convencer sobre los beneficios de la vacuna”, revela Marchal. Tarea difícil, pero no imposible y muy necesaria si se quieren cosechar frutos. Lo más importante, en estas campañas, “además de convencer y ayudar a superar miedos y salvar creencias, es informar a esos ciudadanos que tienen a su disposició­n nuestro sistema sanitario. A veces no se vacunan por desconocim­iento”, añade Ana Marchal.

Desde los ayuntamien­tos se han editado, para difundir esa informació­n, folletos en diferentes idiomas para repartirlo­s entre esas comunidade­s. Y para las charlas, Salut cuenta con intérprete­s para no errar en el mensaje. Al final, además de administra­r el máximo número de vacunas posible, se busca que esas negativas a la inyección no pasen una factura añadida en las relaciones entre extranjero­s y la población localc

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ME LImagen de archivo de un cribado entre colectivos de temporeros y sus familiares en mayo de 2021

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