Una princesa sin jubilación 65 CAROLINA
La mayor de los Grimaldi sigue siendo la roca donde se apoya toda su familia y la mejor imagen internacional de Mónaco
Carolina solo hay una, aunque durante un tiempo la Kennedy le robó algunos planos. La princesa menos princesa entre todas las princesas, habida cuenta del escaso contenido regio de la familia monegasca, cumple hoy 65 años y también se celebran ya 23 años de su boda con Ernesto de Hannover, pero esa es otra historia.
La mayor de los Grimaldi alcanza la edad de la jubilación más activa que nunca. Fue la primogénita de Rainiero de Mónaco y Grace Kelly y llegó al mundo el 23 de enero de 1957, a los nueve meses justos de la boda de sus padres, celebrada el 18 de abril del año anterior. La historia de cuento de hadas del príncipe monegasco y la actriz de Hollywood se hizo carne con la pequeña Carolina, quien desde su más tierna infancia destacó por su gracia y belleza. No era rubia ni angelical como su madre pero sí heredó su belleza y elegancia aportando el toque de carnalidad mediterránea. Hasta los 18 años fue la estrella de Montecarlo, una perfecta y educada jovencita pero fue llegar a París para en teoría estudiar en la universidad de la Sorbona y apuntarse a todos los saraos.
Su foto en una discoteca pari- sina con un vestido de raso escotado del que medio escapaba uno de sus pechos cambió su imagen. En París se divertía y vivía sus primeros amores, hasta que sus padres la llamaron al orden y no tuvo otra idea que formalizar su intrascendente relación con el playboy de moda, un maduro Philippe Junot, de 38 años, con quien se casó con solo 21 años. Poco les duró el matrimonio. Junot casado con la mujer más deseada del mundo se la pegó con Giannina Facio (actual esposa del director Ridley Scott) y con 24 años, Carolina ya estaba divorciada.
Vivía un idilio con Roberto Rosellini cuando la muerte tocó por primera vez a su puerta. Grace Kelly murió el 12 de septiembre de 1982 y los planes de boda de Carolina y Roberto se fueron al traste, pues la princesa tuvo que ocupar el vacío que dejó su madre en el Principado y en el hundido Rainiero. Carolina, con el peso de haber defraudado a sus padres con su primer matrimonio fallido, no podía huir de su destino pero en su camino se cruzó Stéfano Casiraghi, un joven italiano que aceptó compartir la tarea de dar nuevo bri
llo a Mónaco. Se casaron en 1983 y Carolina se convirtió en una madre amorosa y una esposa tranquila y todo parecía ir bien hasta la mañana del 3 de octubre de 1990, Stefáno murió en un accidente náutico. Viuda a los 33 años y con tres hijos, Andrea, Carlota y Pierre, la princesa se refugió en la Provenza huyendo de los focos y de la pena, pero tuvo que volver para apoyar a su padre, Rainiero, que bastante tenía con lidiar con los escándalos de Estefanía y la pertinaz y sospechosa soltería de Alberto, quien no paraba de tener hijos extramatrimoniales.
Carolina tuvo un novio actor, Vicent Lindon, que le acompañó en la Provenza pero lo dejó cuándo le dio a elegir entre él y Mónaco. En 1996 se encontró con un antiguo pretendiente al que, contra la voluntad de su madre, no le había hecho caso veinte años atrás. Ernesto de Hannover, casado y con dos hijos, conquistó a la princesa pero esta, quizá obnubilada por el tratamiento de alteza real, no se conformó con una relación clandestina y la cosa acabó en embarazo y boda el 23 de enero de 1999, el día que cumplía 42 años.
Ernesto, un alemán de rancio abolengo y gran fortuna que había vivido un relativo anonimato, no soportó el primer plano y después de comprometer a Carolina con sus bravuconadas y sus escapadas, desapareció del mapa monegasco.
El matrimonio no se ha divorciado a pesar de llevar más de una década sin contacto, solo les une su hija Alejandra y Carolina soporta los noviazgos de su aún marido (el último con la hija de Pitita Ridruejo) con una serenidad digna de mejor causa. Frente a los amoríos públicos de Ernesto de Hannover, Carolina vive un sereno celibato.
Hace nueve años, Carolina se convirtió en abuela y ya tiene siete nietos. A sus cuatro hijos ha unido dos nueras (Tatiana Santo Domingo y Beatrice Borromeo) y un yerno (Dimitri Rassam) y todos, niños incluidos, se han sumado a la tarea de dar brillo al Principado que, pase lo que pase, recae en Carolina. Tuvo que ejercer de primera dama con su padre viudo y cuando creía que, por fin, podría liberarse con la tardía boda de Alberto de Mónaco con Charlene Wittstock y el nacimiento de los gemelos Jaime y Gabriela, el deber ha vuelto a llamarla tras la espantada de su cuñada. Carolina Grimaldi, princesa de Hannover, sigue siendo la roca en la que se apoya toda su familia y la mejor imagen de Mónaco y no parece que su situación vaya a cambiar.
Elegante y referente de moda de varias generaciones, ni su apuesta por el pelo canoso le ha restado atractivo, luminosa siempre; Carolina, presa de su destino, no puede jubilarse.c
Frente a los amoríos públicos de Ernesto de Hannover, su aún marido, Carolina vive un sereno celibato