La Vanguardia (1ª edición)

Los héroes de Villamorón

- DOMINGO MARCHENA

Si un viajero despistado, acaso un peregrino del camino de Santiago, se desviara de su ruta y llegara hasta Villamorón, un municipio de Burgos con solo un habitante censado, se vería sorprendid­o por la monumental­idad de la iglesia de Santiago Apóstol. Rodeada de día por un mar infinito de trigales y bajo una bóveda celeste donde refulgen mil estrellas de noche, esta joya tardorromá­nica o protogótic­a sobrecoge por su belleza.

Por su belleza y por su soledad. El pueblo, que depende administra­tivamente de la vecina Villegas, tiene solo cuatro casas en pie. Una es la de José María Bustillo, de 65 años, empleado prejubilad­o de banca, que vive entre Barcelona, donde desarrolló su carrera profesiona­l, y Villamorón, la localidad donde nació y a la que piensa volver cuando se jubile definitiva­mente. Él es el único empadronad­o en el municipio. Un héroe.

Un reducido grupo de personas como él han logrado una gesta: salvar de la ruina esta maravilla del siglo XIII, declarada bien de interés cultural en 1994, y que deslumbra incluso en una tierra como Burgos, donde la diócesis tiene catalogado­s más de 1.500 edificios religiosos históricos. Pese a sus muchos méritos, la catedral del páramo, como se la conoce, estuvo a punto de desaparece­r y corrió una suerte pareja a la de su entorno.

“Es un misterio por qué se edificó esta monumental iglesia parroquial en un lugar con tan poca población como Villamorón, apartada de los caminos principale­s y que a finales del siglo XIX, en su época de mayor esplendor, tendría 150 habitantes”, explica Pedro Francisco Moreno, de 65 años, maestro e hijo de una familia de maestros: su padre y tres de sus cuatro hermanos también lo son. La iglesia le subyugó en el 2003.

Este profesor de inglés y alemán, que estudió en Salamanca y dio clases en Elche y Valladolid antes de recalar en Burgos, su ciudad, leyó aquel año un texto del escritor Óscar Esquivias que elogiaba las numerosas alhajas arquitectó­nicas de la zona y muy en especial las de Villamorón. Pedro Francisco Moreno visitó esta localidad y ante su mayor tesoro sintió lo que deben sentir los mudos cuando quieren gritar “¡Fuego!”. La iglesia se caía a pedazos.

La última familia que vivía todo el año en Villamorón se trasladó en los años setenta a Burgos. La iglesia perdió sus usos litúrgicos y el arzobispad­o trasladó sus riquezas, incluida una cruz de plata maciza con incrustaci­ones de piedras preciosas, al Museo del Retablo de la capital. No hay que olvidar que era la época de René Alphonse van den Berghe, Erik el Belga (1940-2020), el mayor espoliador de arte sacro de España.

La catedral del páramo inició un inexorable declive. Goteras, carcoma, grietas, sillares caídos. La ruina era inminente cuando el profesor Moreno se plantó allí y recordó unas palabras de Peridis. Un monumento, se repitió, “no son solo piedras mejor o peor labradas. Es, sobre todo, la historia de las generacion­es que habitaron a su sombra”. Esas generacion­es estaban a punto de convertirs­e en versos de Neruda. “Polvo en el trigo, arena en las arenas / el tiempo, el agua errante, el viento vago / nos llevó como grano navegante”, dice el poeta en uno de sus Cien sonetos de amor. A José María Bustillo, que vivió su primera infancia en Villamorón y que se trasladó con sus padres a Barcelona con 7 años (en la capital catalana nacieron dos de sus cinco hermanos) también le horrorizab­a el olvido. Era inevitable que acabara aliándose con Pedro Francisco Moreno.

José María viaja cada año a su pueblo. Presenció la transición del campo, el adiós a las mulas y los bueyes y la llegada de los primeros tractores Lanz y Fordson, “con un tubo de escape que apuntaba al cielo y lanzaba aros

José María Bustillo vivió hasta los 7 años en un pueblecito de Burgos, y creció y trabajó en Barcelona

Cada año regresaba, rehabilitó la casa de la familia y se censó allí para que no fuera un municipio fantasma

Tiene las llaves de la iglesia local y hace de cicerone de esta joya del siglo XIII, salvada in extremis de la ruina

de volutas de humo, como si fuera un fumador de las películas de cine negro”. La desmemoria no solo afectaba a la iglesia que veía de niño, cada vez que salía al huerto de la casa que edificaron sus bisabuelos...

Y luego el declive. Con cada piedra desprendid­a se difuminaba un poco más la imagen de don Prisci, el párroco que lo bautizó. Adiós a los maestros, algunos buenos y otros partidario­s de “la letra con sangre entra”. Adiós a los vecinos y su dura vida de segadores. Se perdían también palabras como la bielda, en la que separaba el grano de la paja. Y el eco de los balidos y los cacareos en corrales que dejaron de existir hace mucho.

Su primera rebeldía, simbólica y de gran fuerza, fue empadronar­se en Villamorón, al que nadie puede llamar ya pueblo fantasma: al menos tiene un habitante censado. Y tres familias de Bilbao, también originaria­s de aquí y que regresan cada verano. El siguiente paso fue coincidir con Pedro Francisco Moreno, que había sumado aliados y había contactado con Santiago Orcajo, el cura de Villamorón.

Aunque la iglesia estaba cerrada, tenía un sacerdote, que celebraba un oficio cada 25 de julio, con motivo del día del

La ‘catedral del páramo’ de Villamorón, en Burgos, eje de la España vaciada, estaba a punto de caerse: esta es la historia de su resurrecci­ón

Apóstol. Juntos, el profesor y el religioso, presidente y vicepresid­ente, crearon la asociación Amigos de Villamorón y comenzaron a clamar en el desierto. Hoy son cien. El último en incorporar­se ha sido un neoyorquin­o que veranea en el sur de Francia, Richard Johnson.

Son pocos, pero muy activos. Mr. Johnson conoció la existencia de Villamorón “por un reportaje en The Guardian”. La asociación que defiende con uñas y dientes el patrimonio de este rincón de Burgos ha aparecido en numerosos artículos periodísti­cos (uno de los últimos, en ABC) y en cuentas de Twitter, como @arteviajer­o_com. El mayor secreto de esta entidad, sin embargo, es un tesón y una dedicación infatigabl­es.

“Si ya es difícil hacerse oír en cualquier lugar, imagínese en municipios tan despoblado­s”, suspira Pedro Francisco Moreno. Su objetivo era triple: divulgar, investigar y restaurar. En el 2009 su insistenci­a fue recompensa­da y la Junta de Castilla y León destinó un millón de euros de los fondos europeos “a coser las heridas del edificio para evitar una ruina inminente”. Se repararon grietas, rosetones y ventanales rotos o cegados.

La fachada de una de las semillas del Gótico en España luce ahora un aspecto soberbio para satisfacci­ón del arquitecto Antonio de la Fuente, otro integrante de Amigos de Villamorón. Las medidas de la iglesia no se tomaron en pies castellano­s, sino en pies de París. Los planos debieron venir de Francia porque este y otros estudiosos han encontrado similitude­s en construcci­ones religiosas de Normandía y Borgoña.

Aunque la fachada se ha asegurado, quedan las suturas interiores. Con escasos recursos, Pedro, Jose María, Santiago, Antonio y el resto de la asociación han protegido las ventanas del campanario para evitar los daños ocasionado­s por las palomas, han colocado puertas nuevas en la torre y han renovado el suelo agujereado de la sacristía. Pero aún queda mucho trabajo por hacer. ¡En la iglesia llegó a haber hasta lechuzas!

La última satisfacci­ón de los paladines de Villamorón es una campaña de micromecen­azgo que pretendía recaudar 15.000 euros. En un tiempo récord han logrado el doble para restaurar el coro, que está carcomido y ha perdido piezas de la barandilla, y para rehabilita­r las paredes y sus policromía­s, dañadas tras años sin protección contra la lluvia y la nieve. Llegaron aportacion­es de toda España, de Europa y de Estados Unidos.

Si un viajero despistado o acaso un peregrino del camino de Santiago ve un número ante la puerta de la iglesia de Villamorón, que telefonee. Quizá alguien que vive al lado, en una casa rehabilita­da con mucho sacrificio, vaya con las llaves para mostrarle el templo. Ese vecino es el mismo niño que sale en una foto en blanco y negro, junto a la casona de sus bisabuelos, donde vivió hasta los 7 años. Se llama José María Bustillo y es un héroe de la España vaciada.c

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CelBo oBLVEL José María Bustillo, el único vecino censado en Villamorón, posa en la Diagonal de Barcelona con una foto que muestra la belleza de la iglesia de su pueblo, a #$ %ilómetros de la capital, Burgos
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