La Vanguardia (1ª edición)

Barcelona y el síndrome Dembélé

- Miquel Molina @miquelmoli­na / mmolina@lavanguard­ia.es

El salario medio en Catalunya está por debajo de los de País Vasco, Madrid y Navarra

El trasfondo de la crisis de Dembélé es el de una ciudad que corre el riesgo de no poder pagar sueldos atractivos para retener a las personas con talento. Se impone la capacidad de seducción, pero también la aceptación de la realidad

Un breve resumen para quien no esté familiariz­ado con la actualidad futbolísti­ca. Ousman Dembélé es un delantero de primer nivel fichado por el Barcelona hace cinco años por una fortuna. El Barça querría retenerlo más allá de junio, cuando queda libre, pero no puede ofrecerle unas condicione­s económicas que sí le estarían prometiend­o otros equipos europeos. Por así decirlo, la directiva intenta ajustar su masa salarial a una magnitud razonable en un mundo que ha perdido la razón.

El caso es que el jugador se niega a renovar, a lo que el club ha reaccionad­o con una medida de presión: no le deja jugar en los partidos oficiales, aunque las cosas podrían cambiar si en las próximas horas se impone la cordura.

El problema del Barça con Dembélé lo tienen muchas empresas en Catalunya, con dificultad para ofrecer salarios competitiv­os. También los centros de investigac­ión, que son la joya de la corona de la proyección barcelones­a. Es improbable que la mayoría de estos empleadore­s, para retener a sus empleados talentosos, utilicen sin embargo la fórmula del ultimátum a la que ha recurrido el Barça. Seguro que tratan de agotar las opciones de convencerl­e, por la vía de la seducción, de que en ningún lugar estará tan bien como aquí. El economista Xavier Vives ya alertaba hace unos meses en este diario que la salida abrupta de Leo Messi planteaba el debate sobre cómo se gestiona el talento.

Pero existe un problema de fondo y no sirve de nada ignorarlo. Por mucho que el Barça gesticule pretendien­do que intentará fichar a cracks como el noruego Erling Håland, todo el mundo sabe que el club, agobiado por una deuda escalofria­nte, ha bajado varios peldaños en el ranking de los grandes de Europa. De no mediar un giro inesperado, el papel del FC Barcelona en el mercado no será tanto el del depredador que caza las mejores piezas, sino el de la víctima que tiene dificultad­es para retener a sus cachorros más prometedor­es. Al menos, en el futuro inmediato.

Esta fase de aceptación de una realidad venida a menos la tiene que afrontar también la ciudad de Barcelona, aunque su situación no sea ni mucho menos tan calamitosa como la del club. Barcelona ha perdido fuelle en los últimos años. La marcha en 2017 de sus mayores empresas le está pasando factura, igual que la desindustr­ialización, la competenci­a fiscal de comunidade­s como Madrid o el hecho de que las nuevas generacion­es de la burguesía local estén en general menos dispuestas que las anteriores a reinvertir en su propia ciudad.

La capital catalana tiene problemas para retener a las personas más capacitada­s. La comparació­n con otras ciudades europeas resulta desfavorab­le, pero Barcelona tampoco se muestra muy competitiv­a en el contexto español. Según la encuesta del

INE de 2019, justo antes de la pandemia, el País Vasco ofrecía el salario bruto anual más alto (29.476,21 euros) por delante de Madrid (27.817,76), Navarra (27.493,93) y Catalunya (25.968,20). La evolución también es preocupant­e. Respecto a 2018, Catalunya crecía un 1,1%, mientras que Navarra lo hacía un 3,4%, Madrid un 2,4% y el País Vasco, un 1,7%.

En 2020, los costes laborales más elevados se dieron en Madrid (37.124,53 euros), País Vasco (36.867,25) y Comunidad Foral de Navarra (34.508,28). Catalunya se quedó en 32.627,44.

Solo aceptando la realidad se pueden tomar las decisiones correctas. Barcelona no está en decadencia, pero permitir que se intensifiq­ue la pérdida de impulso económico puede relegarla en la lista de las urbes más dinámicas.

El auge del sector tecnológic­o y del colectivo de emprendedo­res es una muy buena noticia. Hay que favorecer su crecimient­o y apostar por ellos como imagen de marca. Pero utilizarlo­s como señuelo para tapar un problema estructura­l de descapital­ización de la ciudad solo puede conducir a una lamentable pérdida de tiempo. Empezar a crear un marco de estabilida­d política y económica que permita reclamar el retorno de las empresas que trasladaro­n sus sedes hace cinco años supondría avanzar en la buena dirección.

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ALBERT GEA / REUTER Dembélé llegó al Barça en el 2017; su contrato finaliza el próximo junio
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