La Vanguardia (1ª edición)

Disputa por la memoria de El Álamo

La reforma de un restaurant­e texano llega al juzgado por destruir material arqueológi­co

- R E Nueva York. Correspons­al

La batalla de El Álamo, pese a la derrota, una de las efemérides más célebres en la configurac­ión del mapa de Estados Unidos, todavía sigue coleando.

De otra manera, pero continúa siendo una historia de versiones, de disputa, aunque ahora ya no sea entre texanos y mexicanos. Es un asunto de la memoria colectiva estadounid­ense, de la arqueologí­a de ritos y artefactos que la configuran.

Este enclave de Texas, abordado en libros y películas, es la principal atracción en el área de

San Antonio y ese cruce entre lo que ocurrió, antes y después de la batalla, su interpreta­ción y el negocio turístico en que se ha convertido confluyen en un restaurant­e de la zona.

El asunto ha llegado a los tribunales. John McCormack, que en la documentac­ión se define como indígena, sostiene que el dueño del Fig Tree lo despidió de su trabajo, de su cargo de chef y administra­dor, por negarse a destruir los objetos y los huesos humanos hallados durante la renovación de ese establecim­iento. Dar cuenta a los encargados de la preservaci­ón de ese material de otra época solo podía suponer un retraso y una pérdida de ingresos, sostiene McCormack en su alegato presentado ante la justicia.

El restaurant­e se ubica en el distrito artístico, en La Villita, el primer vecindario de San Antonio. Originalme­nte se fundó como asentamien­to de los soldados españoles estacionad­os para proteger la misión San Antonio de Valero, donde los misioneros adoctrinab­an a los nativos en el catolicism­o.

Luego ese lugar se conocería como la fortaleza de El Álamo, una posta de paso entre Texas y México que de febrero a marzo de 1836 fue el escenario de los míticos trece días de asedio.

Para los que veneran a los heroicos revolucion­arios secesionis­tas texanos, que resistiero­n hasta su muerte el ataque de los mexicano, muy superiores en número, todo empieza y acaba en esa gesta, precedente de la independen­cia de Texas y su posterior ingreso en EE.UU.

En la lista de difuntos destaca Davy Crockett, antiguo legislador por Tennessee y aventurero conocido popularmen­te como “el rey de la frontera salvaje”.

Sin embargo, existe un antes. Y ese no es otro que el territorio en el que habitaban los nativos. Además, el área coincide con un extenso campo santo, tierra sagrada en la que reposan ancestros de la nación Tāp Pīlam Coahuiltec­an. Estaban ahí más pronto que todos esos otros.

“Él es un nativo americano y el acto de destruir huesos va contra sus creencias”, señala en la demanda Alfonso Kennard jr. abogado que representa al chef despedido. En su relato, Sam Panchevre, propietari­o del Fig Tree, le ordenó eliminar y desechar de forma encubierta objetos y restos humanos que habían aparecido durante la restauraci­ón. Más o menos le indicó que eso era un negocio y no un yacimiento arqueológi­co.

Su rechazo a “una actividad ilegal” supuso su despido, subraya en la denuncia. Pretende que se reconozcan unos daños que pueden ir de 200,000 dólares hasta un millón. En el documento entregado en el juzgado de Houston se hace un inventario, en el que constan vasos de porcelana y cristal, uno 500 huesos (de humanos y animales), puntas de flechas, cerámicas y otras piezas.

En lugar de destruirlo­s, McCormack los atesoró.Guardo ese material con la intención de transferir­lo a un museo o una universida­d para que lo catalogue y lo repatrien a partir de la legislació­n sobre tumbas de los nativos americanos.

En declaracio­nes al San Antonio Express, Panchevre contestó que todo es una patraña urdida por un extrabajad­or disgustado. Lo atribuyó a una falsa acusación para sacar beneficio. Su versión la reforzó con el comunicado de una portavoz municipal, que, según esta réplica, negó que hubiera huesos humanos en esos hallazgos.

Esta disputa legal se produce en un contexto en el que, desde 2019, la asociación de tribus está movilizada para intentar frenar un plan local de renovación del conjunto de Él Álamo, una inversión de 400 millones.

No pretenden frustrar el proyecto, pero si que se garantice que sea la oportunida­d para “regular el histórico cementerio, proteger los derechos de los descendien­tes y explicar la versión completa”. Esto es, que hubo vida antes de El Álamo.

El antiguo chef asegura que lo despidiero­n por preservar los huesos y los objetos hallados

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SCOTT A. MILLER / EFE El histórico enclave está situado en Texas

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