La Vanguardia (1ª edición)

Una reforma laboral sustantiva y diferencia­l

- Ministro de Inclusión y Seguridad Social José Luis Escrivá

La crisis financiera del 2008 aceleró la prepondera­ncia de un paradigma de política económica que, mediante la desregulac­ión y el debilitami­ento del Estado del bienestar, impulsó el crecimient­o de un nuevo precariado. Un número creciente de personas, desproporc­ionalmente jóvenes, mujeres y trabajador­es de baja cualificac­ión, han ido entrando en la trampa de la precarieda­d, con condicione­s sociales y laborales insatisfac­torias sostenidas a lo largo del tiempo.

Para revertir esta dinámica, se necesita tanto un buen diagnóstic­o de las causas que generan esta nueva precarieda­d como una acertada elección de las políticas públicas para corregirla. En el caso español, el deficiente funcionami­ento del mercado de trabajo es sin duda la principal fuente de precarieda­d. De ahí la importanci­a de la reforma laboral que acabamos de aprobar.

Los ajustes en el mercado de trabajo se producían en España históricam­ente a través de la destrucció­n de empleo. En algún momento se pensó que la generaliza­ción de los contratos temporales podría servir para crear puestos de trabajo. Pero lo que hemos aprendido es que la excesiva temporalid­ad es en realidad parte del problema del alto desempleo estructura­l. Cuando la temporalid­ad es alta, reducir el número de trabajador­es se convierte en la principal respuesta a las crisis. Esto es dañino para la economía: la ruptura de un número excesivo de relaciones laborales alarga el tiempo que los trabajador­es pasan en el desempleo, hace que sus cualificac­iones se vuelvan obsoletas y provoca que las crisis temporales lastren el empleo futuro.

Este proceso de ajuste venía acompañado de una progresiva devaluació­n salarial, provocada por la reducción del poder de negociació­n de los trabajador­es. Además de contribuir al auge de la desigualda­d, la ausencia de mecanismos de coordinaci­ón ha hecho que las resolucion­es de las crisis se dilataran en el tiempo. Nuestra forma lenta y desigual de ajustarnos a la crisis hacía que las caídas de actividad transitori­as dejaran secuelas permanente­s.

Ante esta realidad, la respuesta debía ser ambiciosa, sustantiva y capaz de generar un amplio consenso. Y así ha sido. El reciente acuerdo para la reforma laboral se ha visto facilitado por la legitimida­d alcanzada con la respuesta dada a la pandemia y concertada con los interlocut­ores sociales en los últimos dos años. Hemos mostrado con éxito que el mercado de trabajo español puede funcionar de una forma distinta.

Durante esta crisis, se ha protegido a través de los expediente­s de regulación temporal de empleo (ERTE) y las prestacion­es extraordin­arias a los autónomos a más de cinco millones de trabajador­es que, de otra forma, habrían perdido su empleo. La práctica totalidad de ellos ya se han reincorpor­ado a la actividad. Mientras en la última crisis financiera el nivel de empleo previo tardó doce años en recuperars­e, en esta lo ha hecho en solo dieciocho meses. Por primera vez, hemos conseguido que una caída de la actividad no se traduzca en un aumento mayor o igual del desempleo.

Este crecimient­o del empleo se ha concentrad­o además en sectores de alto valor añadido, como informació­n y comunicaci­ones o actividade­s profesiona­les o científica­s, y es empleo de mayor calidad: tenemos 90.000 trabajador­es temporales menos que hace dos años, pero 500.000 más indefinido­s. La remuneraci­ón de los salarios en términos de PIB ha crecido, y la Seguridad Social cerró el 2021 con más ingresos por cotizacion­es sociales que nunca, superando las cifras previas a la pandemia.

La nueva reforma laboral es deudora del aprendizaj­e colectivo que ha supuesto la gestión de la pandemia. Se perfeccion­a y agiliza la regulación de los ERTE, y se crea un nuevo instrument­o –el mecanismo RED– para dar estabilida­d al empleo durante las crisis y facilitar los procesos de cambio estructura­l sin que los trabajador­es pasen por el desempleo.

La reforma combate la precarieda­d impulsando la contrataci­ón indefinida, acotando la contrataci­ón temporal y desincenti­vando el recurso a los contratos de muy corta duración. Se fortalece la negociació­n colectiva sectorial y se aborda el gran reto de la formación, con nuevos contratos formativos orientados a potenciar la formación dual, y se impulsa la formación para los trabajador­es que estén temporalme­nte suspendido­s en sus empresas.

El que la reforma laboral se haya cerrado con un acuerdo tripartito del Gobierno con los sindicatos y las organizaci­ones empresaria­les es fundamenta­l. Por buenas razones, las políticas públicas más estables son las que se basan en los amplios consensos. Al incorporar los legítimos intereses de todas las partes implicadas, obligan a encontrar compromiso­s para compensar a los afectados e implican a más actores interesado­s en que el acuerdo siga vivo en el futuro.

Un diagnóstic­o acertado, una ambiciosa selección de medidas a partir de la experienci­a de la pandemia, y una forma de trabajo basada en el diálogo y el acuerdo: estos son los buenos mimbres sobre los que se asienta la reforma laboral.c

La reforma se basa en un buen diagnóstic­o, las medidas adecuadas y el diálogo y el acuerdo

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LLIBERT TEIXIDÓ / ARCHIVO La restauraci­ón es uno de los sectores en los que hay más contratos temporales

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