La Vanguardia (1ª edición)

¿Mentirosos? No, gracias

- Álex Rodríguez

Vivimos rodeados de mentiras. Y muchas de ellas las proclaman nuestros gobernante­s. Con ellas construyen un relato, se lo creen, hacen que se lo crean muchos de sus conciudada­nos y levantan un mundo paralelo al real, el suyo. Un gran embuste justificó la invasión de Iraq: no era verdad que tuviera armas de destrucció­n masiva. Otro, alentó al asalto al Capitolio de Estados Unidos: la acusación de fraude electoral que todavía esgrime Donald Trump, quien contó más de 30.000 mentiras durante su mandato presidenci­al. Otras falsedades alimentaro­n el Brexit. Como la que Boris Johnson exhibía en su autobús de campaña, donde aseguraba que el Reino Unido entregaba semanalmen­te 350 millones de libras a la Unión Europea, cantidad que él recuperarí­a para destinarla al Sistema Nacional de Salud.

El premier británico ha dicho muchas, y no sólo desde Downing Street. Como periodista y director de The Spectator culpó a los hinchas del Liverpool de la tragedia de Hillsborou­gh de 1989, donde murieron 97 personas en una avalancha. No pudo demostrars­e tal acusación y en el 2012 lamentó “amargament­e” sus comentario­s. Fue despedido del Times en los ochenta por inventarse una cita y ahora, como primer ministro, intenta escabullir­se del partygate –las sucesivas fiestas que se han celebrado en su residencia oficial como primer ministro con el país confinado por la pandemia o de luto por la muerte del duque de Edimburgo- mintiendo también. No sabía cuáles eran las restriccio­nes, llegó a excusarse él, que fue quien las puso, como irónicamen­te escribía en su portada The Independen­t. Johnson está en la cuerda floja. Sus últimas mentiras le han puesto al borde del precipicio. Caerá cuando sus compañeros de partido lo decidan. Pero seguirá mintiendo, como lo sigue haciendo Trump, porque, como explica el libro Arte de la mentira política, editado hace más de 300 años en Inglaterra, “el exceso de celo en el ejercicio de este arte puede hacer que algunos se acaben persuadien­do de que lo que afirman es en efecto verdadero”.

¿Mentirosos? No, gracias.

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