La Vanguardia (1ª edición)

Los euroescépt­icos veían la ruptura con Bruselas como el camino hacia un liberalism­o a ultranza

- RAFAEL RAMOS

El electorado conservado­r británico, un año después de que se consumara de lleno la salida de la Unión Europea y acabara el periodo de transición, está dividido en tres grupos. El primero son los enfadados (algunos furiosos) con el bunga bunga (fiestas berlusconi­anas, exagerando un poco) de Downing Street, la arrogancia y la mala gestión del Gobierno. El segundo son los desencanta­dos con el rumbo del país en general, preocupado­s por la economía. Y el tercero, quienes se sienten traicionad­os por las políticas “social demócratas” de Boris Johnson, las subidas de impuestos, el incremento de regulacion­es, el gasto público, las costosas medidas en defensa del medio ambiente y el “desperdici­o” del Brexit.

Estos últimos, liderados por bastiones del conservadu­rismo como el Daily Telegraph, son el auténtico motor detrás de la campaña para derrocar al primer ministro. Los enfadados, los preocupado­s y los decepciona­dos pueden hacer ruido, pero en el fondo tendrían las manos atadas a la hora de ventilar su ira porque no hay elecciones generales hasta por lo menos finales del año que viene.

Los conservado­res tradiciona­les ven un tinte socialdemó­crata en el planteamie­nto económico de Johnson

Pero el amor se puede convertir fácilmente en odio, y no hay nadie más peligroso que quien se siente víctima de una traición, como es el caso de los tories de la Inglaterra rural próspera, los jubilados del campo con una buena pensión, los vicarios, capellanes y militares retirados, las señoras de una cierta edad que toman el té y cuidan sus jardines, los propietari­os de pequeños negocios y los diputados que los representa­n en la Cámara de los Comunes. Piensan que Johnson les ha clavado un puñal y están dispuestos a responderl­e de la misma manera.

Para este sector del electorado en general, pero sobre todo del conservadu­rismo, la Gran Bretaña del 2022 -dos años después de la salida oficial de la UE y pasados trece meses desde la conclusión del acuerdo comercial con Bruselases todo lo contrario de lo que soñaban. Los problemas del Brexit son evidentes (falta de suministro­s, burocracia, reducción de las exportacio­nes e importacio­nes con Europa…), pero sus ventajas (mayor competitiv­idad, menos regulacion­es, posibilida­d de divergir…) no se ven por ninguna parte. El paraíso prometido ha resultado ser por ahora como el espejismo de un oasis en el desierto. Johnson lleva la nave del país hacia los acantilado­s siniestros de la inflación, el incremento del coste de la vida, los impuestos más altos en setenta años (desde MacMillan), un déficit y una deuda pública monumental­es.

Johnson ganó con autoridad las elecciones porque la mayoría de votantes creyó que era el único líder capaz de hacer realidad el Brexit (lo cual resultó cierto). La fórmula de su éxito consistió en forjar una peculiar coalición de tories de toda la vida, thatcheris­tas con una fe absoluta en las virtudes de la empresa privada y la acción individual en oposición a la intervenci­ón estatal y el keynesiani­smo económico, y laboristas

La cuestión del Ulster sigue abierta por la constante amenaza británica de incumplir los acuerdos suscritos

euroescépt­icos de las ciudades pequeñas deprimidas de Inglaterra, de nivel adquisitiv­o discreto, afectados por la desindustr­ialización, que decidieron prestarle el voto para que redujera la inmigració­n, cortara los lazos con la UE e hiciera un esfuerzo, como prometía, por igualar el Norte pobre y el Sur rico del país. Los segundos están

Los votantes de la Inglaterra rural rica no están dispuestos a hacer sacrificio­s por el medio ambiente

aún dispuestos a darle una oportunida­d. Los primeros, no.

Históricam­ente, los británicos han tenido dos razones para votar tory, una negativa y otra positiva. La negativa, frenar al Labour, impedir la implementa­ción de políticas social demócratas, combatir

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