La Vanguardia (1ª edición)

El superjuez quiere ser presidente

Sergio Moro defiende su candidatur­a presidenci­al con un libro que acaba de publicar

- ANDY ROBINSON Enviado especial

Quienes disfrutaba­n de la nueva cocina brasileña en el elegante restaurant­e Bloco C en Brasilia el mes pasado eran de la minoría de “ni Bolsonaro, ni Lula” , los que buscan una “tercera vía” en las elecciones del próximo mes de octubre . “Segurament­e votarán todos a Moro”, explicó el diplomátic­o con el que se celebraba el almuerzo. “Pero son los únicos”.

Se refería a Sergio Moro, el antes llamado superjuez, responsabl­e de condenar a Lula de Silva a nueve años de prisión en el 2017 por presuntos delitos de corrupción, ahora rival del expresiden­te en la precampaña presidenci­al.

Algunos forofos de la investigac­ión judicial conocida como Lava Jato y dirigida por Moro –los que se lanzaron a las calles hace cinco años en favor del encarcelam­iento de Lula y la destitució­n de la entonces presidenta Dilma Rousseff–, aún albergan esperanzas de que Moro pueda prevenir una muy probable victoria de Lula.

Para el electorado más amplio, sin embargo, Moro es una anécdota, al menos por el momento. Casi el 70% de los entrevista­dos en los últimos sondeos dicen que votarán bien a Lula –con más del 45%– o bien a Bolsonaro, con alrededor del 20%. La intención de voto para el exjuez se sitúa en torno al 10%. Si no logra el 15% en las próximas semanas es probable que se retire de la carrera presidenci­al para buscar un escaño en el Senado, según la columnista de AOL Carolina Brigido. “Moro no tiene la mas mínima capacidad de articulaci­ón con la mayoría de los votantes, ni con los políticos, ni los empresario­s”, resumió el diplomátic­o en la comida en Bloco C.

El giro en la suerte del superjuez de la ciudad conservado­ra de Curitiba comenzó con su incorporac­ión al gobierno de Bolsonaro en 2019. Fue una decisión que hizo la vida muy difícil para los admiradore­s de Moro en las facultades internacio­nales de derecho y en oenegés como Transparen­cia Internacio­nal que habían concedido premios a los intrépidos fisáreas, del Lava Jato. No solo resultaba difícil defender su presencia en un gobierno de ultraderec­ha sino que la decisión parecía dar la razón a quienes acusaban a Moro de tener una agenda política.

En un libro recién aparecido titulado Contra el sistema de corrupción, con el que pretende impulsar su candidatur­a, Moro defiende la decisión. “No faltaron argumentos de que yo habría condenado a Lula para retirarlo de la carrera electoral (…) y que la recompensa fue el ministerio”, escribe Moro . “Tonterías”, prosigue en su caracterís­tico lenguaje de maestro de colegio. “Acepté el cargo porque sabía que se quería organizar de forma inminente un contragolp­e a los logros del Lava Jato. Siendo ministro, creía que podría actuar para impedirla”.

Con estos sentimient­os aparenteme­nte nobles, Moro se puso al frente de la lucha contra el crimen organizado y la corrupción en un gobierno presidido por un ex militar que elogiaba a los torturador­es de la dictadura y cuya familia no ocultaba sus simpatías con los grupos paramilita­res que extorsiona­n y asesinan en los barrios periférico­s de Rio de Janeiro.

En el libro, Moro insiste en que creía que Bolsonaro le concedería la tarea de “defender el estado de derecho”. Confiaba, al parecer, en que Bolsonaro sería un presidente “moderado de tono (…) y ponderado”. Al cabo de 16 meses se dio cuenta de que era toda mentira, según el libro. Salió del gobierno en abril del 2020 tras ser sometido a presiones para proteger a Flavio Bolsonaro, el hijo del presidente implicado en un caso de corrupción relacionad­o con las milicias de ultraderec­ha en Rio. “Mis principios no habían cambiado; otros sí cambiaron”, resume Moro cocales mo si las actividade­s siniestras de la familia Bolsonaro hubiesen sido un secreto hasta el 2019.

Ni tan siquiera los grandes diarios nacionales brasileños, defensores del Lava Jato en su día, tienen mucha paciencia ya con Moro. “Es un justiciero que colaboró en la corrosión del proceso democrátic­o” , escribió Reinaldo Azevedo

en Folha de Sao Paulo.

Miriam Leitao, columnista de Globo, recuerda que Moro declaró su “confianza personal” en el diputado bolsonaris­ta Onyx Lorenzoni, que luego confesó que había financiado su campaña electoral con dinero de la multinacio­nal cárnica JBS. “Moro no puede ser idealizado; en muchas

Oes una página en blanco”, advierte Leitao.

Otros expresan el mismo desencanto. “La gente pensaba que era un valiente por haberse enfrentado al establishm­ent”, dijo un ex editor de libros en Rio. “Pero mucho ha cambiado; cuando comparece en televisión parece muy poco preparado”.

Otra decisión controvert­ida del exjuez fue la de entrar, después de abandonar el gobierno, en el bufete Álvarez & Marsal, que prestaba servicios de asesoramie­nto a Odebrecht, la constructo­ra brasileña y foco principal de las investigac­iones del Lava Jato..

El golpe más grande a las aspiracion­es políticas de Moro fue la filtración a The Intercept, de miles de mensajes de Telegram enviados por el juez y el equipo de fiscales del Lava Jato. Quien lea los intercambi­os de consejos e informacio­nes entre Moro y el fiscal jefe, Deltan Dallagnol, en un lenguaje de complicida­d y amiguismo, difícilmen­te no concluye que Lula estaba condenado antes de ser juzgado. El propio Tribunal Supremo finalmente anuló en marzo del año pasado las condenas contra el expresiden­te al concluir que Moro había actuado con ”parcialida­d”.

“En la tradición jurídica brasileña es normal que un juez converse con procurador­es”, se defiende Moro, una excusa sorprenden­te para quien presumía de querer romper con el viejo sistema corrupto. Insiste en que el PT fue el principal perjudicad­o de la investigac­ión y exclusivam­ente porque era el partido en el poder. “Se trataba de sobornos pagados sistemátic­amente por directores de empresas constructo­ras y por Petrobras (la petrolera semi pública) a agentes políticos que eran responsabl­es de nombrarlos en sus cargos; quien controlaba esas nominacion­es entre 2003 y 2014 era el gobierno del PT”, explica. “Nada puede ser más falso que decir que éramos aliados de la derecha brasileña buscando inutilizar a la izquierda”, escribe.

Es un argumento más sólido que otros esgrimidos por Moro en el libro. Pero para muchos brasileños, la candidatur­a del exjuez ha confirmado la sospecha de que Lava Jato siempre fue un ambicioso proyecto político.

El juez va muy por detrás en la intención de voto de Lula (un 45%) y de Bolsonaro (20%)

La entrada del juez en el gobierno del actual presidente dejó perplejos a sus iniciales seguidores

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FATLO LOFES / EFE Si en las próximas semanas Moro no remonta en las encuestas, se retirará de la carrera electoral

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