La Vanguardia (1ª edición)

Damasco confía en la ayuda de China para la reconstruc­ción tras la guerra

Siria se convierte en el último país de la región en unirse a la Nueva Ruta de la Seda

- Estamb l

El camino de Damasco está alineado con la Nueva Ruta de la Seda. Bashar el Asad no ha necesitado caerse de ningún caballo para creer en Pekín. Pero Xi Jinping ha retrasado la adhesión de Siria a su proyecto de infraestru­cturas tanto como ha podido, aunque esta fuera solicitada ya en el 2017. La ha formalizad­o, además, de la manera más discreta.

En Siria, la guerra humea esporádica­mente, a los diez años de su inicio, sin ningún viso de cambiar de signo. La dictadura de Bashar el Asad se ha impuesto pese a las sanciones y controla tres cuartas partes de un país todavía en ruinas. La otra cara de los escombros son los seis millones de desplazado­s y otros tantos refugiados en Turquía y otros países.

Damasco, sin embargo, no dispone de los 300.000 millones de euros que se estiman necesarios para la reconstruc­ción, por no hablar de las repatriaci­ones. Cifra también fuera del alcance de sus grandes valedores políticos y militares, Rusia e Irán.

Mientras tanto, China ha permanecid­o entre bambalinas, como también hizo en Afganistán. Ahora, en ambos casos, los parias internacio­nales llaman a su puerta. Este mes, el Gobierno sirio ha firmado el memorando de incorporac­ión a la Nueva Ruta de la Seda ante el embajador chino. Con prudencia oriental, Siria quedó para el final, detrás de prácticame­nte todos los países de Oriente Medio, con la excepción de Israel y Jordania, que no participan.

China, que no disimula su interés en conectar por tierra el mar Arábigo y el Mediterrán­eo, como alternativ­a al canal de Suez, ha esperado a que el eslabón imprescind­ible, Irak, celebrara elecciones. A que el ejército de Estados Unidos, el pasado 31 de diciemread­misión bre, finalizara su “misión de combate” en el país.

EE.UU., ahora exportador de hidrocarbu­ros, seguirá perdiendo interés en Oriente Medio. Algo que no puede permitirse China, bien colocada para ocupar el vacío. Su ventaja es no tener ningún enemigo en la zona ni tampoco ninguna relación privilegia­da.

Si por un lado Pekín se ha asegurado el suministro a largo plazo de crudo iraní, por otro está construyen­do gran parte de la nueva capital de Egipto, por lo que el general Al Sisi vuela a China por lo menos una vez al año. El interés es mutuo. Si el estrecho de Malaca –y antes el de Ormuz– puede poner la soga al cuello de las importacio­nes chinas de hidrocarbu­ros, el canal de Suez la puede poner para sus exportacio­nes de manufactur­as a Europa. Por dichos motivos, China ha puesto a punto su primera base en el extranjero en Yibuti.

Para deshacer el citado nudo,

China tanteó incluso a Israel, antes de que Washington intervinie­ra. No habrá a corto plazo una vía rápida entre Eilat, localidad en el mar Rojo, y Haifa, puerto del Mediterrán­eo. Ese papel lo podría desempeñar ahora Siria, lo que invita al pesimismo sobre la pacificaci­ón total de Irak, su vaso comunicant­e con Irán.

Más que en el camino de Damasco, Pekín tiene la mirada puesta en Alepo –capital económica, hoy devastada– y en los puertos de Latakia y Tartús, asegurados por Rusia. Lo que mueve a China no es altruismo, aunque acabe de donar un millón de vacunas a Siria.

Por otra parte, EE.UU. ha dejado de amenazar con sanciones a las oenegés que interactúe­n con el ejecutivo de Damasco. Emiratos hace dos años fue más lejos, al reabrir su embajada en la capital siria, aunque solo fuera para molestar a Turquía y Qatar. Egipto también presiona a favor de la de Siria en el concierto árabe.

No por casualidad, seis ministros de Exteriores de la península Arábiga han comparecid­o de la mano en China, este mismo mes. Dos días después lo hizo su homólogo iraní. Gobiernos todos ellos, como el de Pekín, poco amigos de revueltas y de demandas democratiz­adoras. No es de extrañar que Arabia Saudí y Emiratos hayan anunciado que incorporar­án el chino al plan de estudios.

Beneficia a China que la implicació­n árabe en Siria tenga un techo, por la desmedida influencia iraní. La mediación china ha contribuid­o al compromiso iraquí de reforzar la conexión ferroviari­a transfront­eriza. El objetivo final es una pasarela entre el mar Arábigo y el Mediterrán­eo, vía Irán, Irak y Siria. Pero EE.UU. sigue

Pekín no disimula su intención de conectar por tierra el mar Arábigo y el Mediterrán­eo

ocupando los accesos orientales de este último país, ostensible­mente con los suministro­s para Hizbulah en la diana, como los tiene la Fuerza Aérea Israelí.

Europa, por su parte, insiste en una solución política previa. También Pekín, con la boca pequeña, dice esperar “flexibilid­ad” de Damasco en su trato con la oposición. Aunque en la práctica bloquea, junto a Rusia, cualquier resolución del Consejo de Seguridad de la ONU contra El Asad.

En interés, no solo de China, la libertad de navegación, la seguridad de los suministro­s y la pacificaci­ón de Oriente Medio. Hasta cinco mil uigures han entrado en Siria desde Turquía para foguearse en milicias yihadistas, según Damasco.

La adhesión de Siria salió del limbo con la visita a Damasco del ministro de Exteriores chino, en julio pasado, y fue cerrada en noviembre en una conversaci­ón entre Xi Jiinping y Bashar el Asad.

Damasco resalta que “con Alepo y Palmira, fuimos nación fundaciona­l en la antigua ruta de la seda y por lo tanto la revitaliza­remos”. El empujón de China, confían, debería acercarles a su aspiración de ser el punto de encuentro de cinco mares, desde el Mediterrán­eo hasta el Arábigo, pasando por el mar Rojo, el mar Negro y el mar Caspio. Comprarán ordenadore­s y venderán aceitunas.c

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COUAI BESHARA / AFP Imagen de la devastació­n producida por la guerra en el campo de refugiados palestinos de Yarmuk, situado al sur de Damasco

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