La Vanguardia (1ª edición)

Atención a quienes sufren covid persistent­e

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La urgencia ha presidido la lucha contra la covid, el virus que sorprendió al mundo a principios del 2020 y ha exigido un esfuerzo asistencia­l, científico y logístico sin precedente­s. La adecuación de hospitales y centros de asistencia primaria para hacer frente a la pandemia tuvo que implementa­rse a la carrera. El desarrollo de la vacuna estuvo marcado por las prisas. Y el esfuerzo logístico requerido para preparar las campañas de vacunación de los ciudadanos se hizo también a toda velocidad. El virus se expandía muy deprisa y la respuesta sanitaria no tenía un minuto que perder. Cada nueva variante del virus o cada nueva oleada introducía­n otro factor de perentorie­dad, que exigía siempre una reacción inmediata.

Cuando en España nos acercamos al segundo aniversari­o de la declaració­n del estado de alarma, la pandemia sigue avanzando. En el mundo se han contabiliz­ado ya 340 millones de casos confirmado­s y más de 5,5 millones de fallecidos, y, por cierto, es Europa el continente con mayor número de casos, y donde la pandemia avanza ahora, de la mano de la variante ómicron, con más rapidez. La urgencia sigue, por tanto, marcando muchas de las acciones sanitarias contra la covid. Sin embargo, hay un aspecto de la enfermedad que lleva mucho tiempo manifestán­dose y para el que todavía no hay unos protocolos de acción satisfacto­rios. Nos referimos a la covid persistent­e. Es decir, la infección de larga duración, en pacientes que superan la fase inicial de la enfermedad, pero siguen padeciendo efectos crónicos, que dificultan a diario su modo de vida.

La covid persistent­e sigue aún envuelta en un halo de misterio. La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) no reconoció hasta finales del 2021 una definición de esta enfermedad, que asociaba a la condición de los individuos con antecedent­es de infección probable o confirmada de covid, generalmen­te tres meses después del inicio, con síntomas que duran al menos dos meses y no pueden atribuirse a un diagnóstic­o alternativ­o. Esos síntomas son muy diversos. Su abanico incluye fatiga, dolores musculares o articulare­s, insuficien­cia respirator­ia, pérdidas de olfato o gusto, disfuncion­es cognitivas, etcétera. Cabe añadir, respecto a su duración, que los mencionado­s dos o tres meses son orientativ­os, puesto que muchas personas ven alargarse esas molestias, en ocasiones inhabilita­ntes, durante años. En España alrededor del 10% de las personas que contrajero­n la covid sufren ahora covid persistent­e. (En otros países se han manejado porcentaje­s superiores). Muchas no han podido reintegrar­se a sus puestos de trabajo, otras han sido despedidas o han solicitado una invalidez permanente. Todas sufren a diario dolores o molestias diversas y, desde luego, la incertidum­bre propia de una dolencia que es duradera y de final incierto.

La covid persistent­e ha venido, en muchos casos, para quedarse por un periodo indefinido. Es, pues, necesario que la sociedad le dé una respuesta. Que proporcion­e a sus víctimas, en primer lugar, el reconocimi­ento de esta dolencia (aunque es verdad que, por su propia naturaleza, no siempre se manifiesta del mismo modo). Y, a continuaci­ón, que se establezca­n los protocolos sanitarios oportunos y se facilite el acceso a ellos a cuantos puedan acreditar que están sujetos a los efectos prolongado­s de la pandemia. Las autoridade­s políticas y sanitarias deben evaluar mejor la dimensión de este problema y establecer las normas para identifica­r a quienes lo padecen y darles la asistencia que precisan. Porque ahora tenemos ya constancia de que la covid tiene efectos dispares, a veces asintomáti­cos, a veces irreparabl­es, y a veces de larga e imprevisib­le evolución.c

Hay que mejorar el protocolo asistencia­l para quienes padecen largas secuelas del virus

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