La Vanguardia (1ª edición)

La inestabili­dad del Sahel

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El golpe de Estado que ayer se produjo en Burkina Faso se venía cocinando a fuego lento desde hacía tiempo ante el creciente descontent­o de los militares por las condicione­s en que combaten a los grupos islamistas y el malestar de la oposición desde que el hasta ahora presidente, Roch Marc Christian Kaboré, fue reelegido a finales del 2020.

La situación es confusa y no se sabe quién controla el país. Kaboré fue arrestado ayer –su partido denunció un intento fallido de asesinato– tras amotinarse el domingo los militares en varios cuarteles, exigiendo el relevo de la cúpula castrense y más recursos para luchar contra el yihadismo. Una protesta que tuvo un cierto apoyo popular pues el descontent­o en el país por el fracaso del Gobierno en derrotar a las milicias islámicas no ha cesado de crecer desde el 2015. Es el mismo escenario que se vivió en la vecina Mali y que también acabó con un golpe militar en mayo del 2021, muy apoyado por la ciudadanía.

Burkina Faso, un Estado fallido marcado por el autoritari­smo y los golpes militares, es uno de los países más pobres del mundo, incapaz de controlar su territorio y sus fronteras ante el empuje de los yihadistas, que en abril del pasado año asesinaron a dos periodista­s españoles.

Como otros países del África Occidental –léase Mali y Níger–, Burkina atraviesa un periodo de grave inestabili­dad política y de frustració­n y temor de la población ante los avances de la insurgenci­a vinculada a Al Qaeda y a Estado Islámico. La violencia ha causado miles de muertos en los últimos años y un éxodo de 1,5 millones de personas. El conflicto ha provocado el colapso económico de Burkina y de sus vecinos, y un creciente sentimient­o antifrancé­s, pues la antigua potencia colonial decidió reducir sus tropas en el Sahel tras el golpe en Mali y la muerte del presidente de Chad, Idris Deby, el pasado año.

El aumento de la inestabili­dad en los países del Sahel es muy preocupant­e pues son estados incapaces de frenar el avance islamista por falta de medios y de preparació­n, y a los que París ha dejado un poco más solos al reducir los militares franceses que luchan sobre el terreno contra el yihadismo y replantear­se la llamada operación Barkhane.

Este nuevo golpe confirma que la estabilida­d que parecía asentada en África en el siglo XXI ha saltado por los aires. El año pasado hubo alzamiento­s en Mali, Níger, Chad, Sudán y Guinea. La toma del poder por los militares es, en parte, fruto de una gran desilusión democrátic­a entre la opinión pública de estos países, de la ineptitud de sus dirigentes civiles ante el yihadismo y del descrédito de las institucio­nes en el poder.c

El golpe de Estado en Burkina, como otros en la región, no es ajeno al avance yihadista

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