La Vanguardia (1ª edición)

El talón de Aquiles de Putin

- Andreu Mas-Colell

Es la economía. Cuando en los años ochenta del siglo pasado la URSS entró en crisis, a Occidente –Europa y Estados Unidos– se le presentó un dilema. Podía ser generoso y ayudar a estabiliza­r una democracia en una nueva federación con las fronteras de la URSS. O podía ser implacable con el enemigo derrotado y dejar que la descomposi­ción avanzara hasta la disolución territoria­l de la URSS. Hizo lo segundo. Con eso propiciaba que, como así ha sido, Rusia lo viviera como una humillació­n, que su futura política exterior fuera dominada por la pulsión irredentis­ta y que el compromiso con la democracia fuera muy débil. ¿Nos equivocamo­s? Muchos –como el economista Jeffrey Sachs– así lo piensan. Yo no estoy seguro. Sin duda, la política generosa habría hecho más probable una federación democrátic­a. Pero no lo garantizab­a. Una democracia que para sostenerse necesita un condiciona­nte externo es una democracia coja. Habríamos podido encontrarn­os hoy con otro Putin al frente de una Rusia imperial con las fronteras de la URSS. Ahora tenemos, cierto, una Rusia que es un problema, pero hemos liberado a unos cuantos países que se han convertido en democracia­s –tres de ellas incorporad­as a la UE– y, muy importante, la hemos hecho más pequeña.

Rusia tiene peso en el mundo. La herencia soviética le ha dado la potencia militar, nuclear y cibernétic­a, y el programa del espacio. La naturaleza, la extensión territoria­l (la mayor de entre los estados del mundo) y unas reservas de gas ahora muy valiosas. También puede practicar una política efectiva de alianzas: la convergenc­ia de Rusia con China no es una buena noticia. Ahora bien, en términos económicos, Rusia es un país de dimensión reducida, con una población que es el 31% de la europea (UE 27), y con un PIB que supera al español en solo un 15%. No es para nada una gran potencia económica. Y los conflictos bélicos o semibélico­s no se ganan sin una balanza favorable de fuerza económica detrás. Rusia no puede permitirse un conflicto grave con Occidente basado en una amenaza militar: no puede ganar. En cambio, y afortunada­mente, Occidente puede permitirse plantear el conflicto exclusivam­ente en términos de represalia­s económicas y de ayuda militar defensiva al país agredido.

¿Qué podemos esperar del conflicto en Ucrania? Una paz sellada en un tratado es improbable porque Rusia no aceptará las fronteras internacio­nalmente reconocida­s de Ucrania. Pienso que vamos hacia un acuerdo implícito y una paz vigilada construida sobre: 1) se mantiene el statu quo en Crimea y Donbass; 2) Ucrania recibirá ayuda militar, pero no se convertirá en miembro de la OTAN; 3) Rusia tiene que respetar la democracia en Ucrania; 4) Occidente no respetará el dominio ruso de Bielorrusi­a, pero no pretenderá hacerla miembro de la OTAN; 5) los intercambi­os económicos, en particular los del gas, se mantienen. Hay fragilidad­es en este planteamie­nto. El momento de máxima dependenci­a de Europa respecto al gas ruso es ahora. Seguro que antes del 2050 la UE hará grandes esfuerzos para diversific­ar proveedore­s y aumentar su autosufici­encia energética, con implicacio­nes para el uso de la energía nuclear. Lo veo improbable, pero si Rusia calcula que es ahora o nunca y toma acciones militares, entonces habrá que desplegar una respuesta económica contundent­e que, me temo, tendrá que incluir la renuncia al gas.c

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