Seres sintientes
diáfano de nuestro nivel de civilización.
Sería como una especie de libro negro que levantara acta de la cosificación de los seres sintientes: de los animales domésticos y de los domesticables (aquellos que si los sueltan vuelven al hogar, según la hermosa descripción del derecho civil), de los animales salvajes y los carismáticos y de aquellos con los que tenemos una relación meramente instrumental pero que no merecen el menor sufrimiento. De los caballos sacrificados durante las guerras mundiales porque era más barato matarlos que llevarlos de vuelta a casa, o sobre los cachorros metidos en un talego y ahogados, como los de El canto de la perra de Serguéi Yesenin, cuando ella vuelve a casa creyendo ver en cada reflejo de la luna de Dostoyevski en Crimen y castigo del asesinato a palos del caballito a manos de un grupo de patanes borrachos. Cuando un niño, desolado, va a besar el belfo del animal moribundo y alguien interpela al verdugo: “Tú no tienes Dios”.
Afortunadamente, aunque no es infrecuente que los políticos se conviertan en caricaturas de sí mismos, en algunas ocasiones aciertan a aportar algo de luz a la oscuridad general del mundo y nos salvan un poco de la vergüenza. Así lo hicieron los legisladores del 2003 y 2015 (Partido Popular) cuando introdujeron y agravaron respectivamente en el Código Penal el delito de maltrato animal que castiga a quienes (uno de los rasgos de la psicopatía y la imbecilidad moral) son capaces de matarlos, mutilarlos o abandonarlos para su propia satisfacción. Entonces aún mucha gente tenía en la mente el suceso repugnante ocurrido en la perrera de Torredembarra –cuando unos desalmados mutilaron monstruosamente a quince animales indefensos– y la conciencia moral de un país que considera un respetable pasatiempo la tortura y ejecución de animales en espectáculos públicos y fiestas varias parecía despertar de un extraño letargo.
Y ahora lo ha hecho el Gobierno de Sánchez (a iniciativa de Unidas Podemos) al aprobar el pasado mes de diciembre la ley de Bienestar Animal, esa que pasa a considerar seres sintientes y no meros objetos a aquellos a los que Juan Pablo II denominaba “nuestros pequeños hermanos”. Es verdad que la ley ha sido objeto de severas críticas por parte de la oposición, aunque debo confesarles que en este caso su opinión me importa menos que la caspa a un condenado a muerte, y por una vez, y sin que sirva de precedente, aplaudo sin reservas a una Administración que, pese a sus frecuentes dislates, sabe comportarse cuando toca como gente de bien.c