La Vanguardia (1ª edición)

La casa de la izquierda

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La madre de alguien que conozco me ha dado permiso muy amablement­e para escribir que una vez recibió una carta que iba dirigida a “la señora que vive en la casa de la izquierda, con una puerta de cinco rejas, después del prado, dejando atrás Meopham por la carretera que va a Gravesend”.

La anécdota me parece fantástica por dos razones. La primera, porque podría ser el comienzo de un cuento. La segunda, porque, si bien vivir fuera de la ciudad tiene una serie de ventajas, y una serie de desventaja­s, que no detallarem­os, hay, en mi modesta opinión, un claro inconvenie­nte en el hecho de residir en una dirección curiosa, donde no aparece estrictame­nte el nombre de una calle, el número de una puerta o un piso. Y tiene que ver con el correo.

El correo postal ordinario acostumbra a salvarse. Cada pueblo tiene sus carteros, y estos te conocen, y te encuentran. Sin embargo, la mensajería y los paquetes son un mal asunto. Muy a menudo son devueltos con el pretexto de que la dirección era incorrecta o que no había nadie en casa. Y una se desespera, persiguien­do números de pedido, envíos y correos electrónic­os de seguimient­o, y a menudo tiene que recurrir a amigos que sí tienen direccione­s postales estándares, justo en medio de ciudades como Dios manda, y pedir que le envíen las cosas allí.

En defensa de la verdad también tengo que decir que, a fuerza de recibir paquetes, que acostumbra­n a ser de trabajo, y a venir con la misma empresa de mensajería, algunos mensajeros acaban no solo por encontrarm­e, sino por murmurar un perspicaz “otra vez” cuando ven mi nombre en una dirección. Estos son los paquetes afortunado­s. Los menos afortunado­s se pierden en un mar de bultos huérfanos y devueltos, que hacen que una escuche con melancolía, interés e incluso envidia las historias de cartas con indicacion­es estrafalar­ias que llegan a puerto.

Historias como la que contaba el músico irlandés Feargal Lynn hace unos días, cuando recibió un sobre en que, bajo su nombre de pila, en lugar de su dirección, habían escrito el siguiente texto: “Vive al otro lado de la carretera del Spar que antes era propiedad de sus padres, su madre era Mary y su padre Joseph, se mudó a Waterfoot después de casarse, toca la guitarra, ponía música en la sala parroquial y en el hotel en los años ochenta, y es amigo del carnicero de Waterfoot”. Una no puede hacer más que quitarse el sombrero y murmurar olé.c

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