La novela empieza con la mal llamada gripe española y termina con la pandemia de covid
Cuando en el 2018 le notificaron el fallecimiento de su madre, Isabel Allende supo que tenía que ponerse a escribir. La autora estaba muy unida a su progenitora, Francisca Llona. Tanto es así, que a lo largo de su vida se intercambiaron innumerables cartas para saber la una de la otra. Tal vez por ello haya hecho de la epístola una nueva novela, Violeta (Plaza & Janés) que se publica de forma simultánea en inglés y en español, en Estados Unidos, América Latina y España.
La protagonista “se parece en muchos aspectos a mi madre”, tal y como ella misma reconoció en una rueda de prensa virtual para presentar el libro. No obstante, asegura que no es ella, sino
La protagonista guarda cierto parecido con la madre de Allende, a excepción de la libertad económica
más bien un retrato de quién hubiese podido ser o de lo que a ella le hubiese gustado que fuese. A diferencia de Violeta del Valle, “mi madre no tuvo una vida extraordinaria porque nunca tuvo la libertad económica que siempre deseé para ella. Y no hay feminismo sin independencia económica. Vivo muy al día con la situación de la mujer porque tengo una fundación en la que trabajamos con las mujeres más desfavorecidas y estoy en contacto con sus problemas. Estoy encantada con la ola feminista de ahora, con mujeres extraordinarias, y eso se va incorporando en lo que escribo: no me he quedado en una idea del feminismo de los años ochenta”, apunta.
Con todo, añade, tanto su madre como Violeta tenían visión financiera. Pero no es la única similitud. La primera es que ambas nacieron cuando la mal llamada gripe española llegó a América Latina en 1920. Francisca vivió 98 años y falleció poco antes de que estallara la covid, pero la autora de Largo pétalo de mar reflexionó que, de haber vivido dos años más, habría nacido y muerto en una pandemia. Con este planteamiento, y como está acostumbrada
Como es habitual en la autora desde hace décadas, el libro se empezó a escribir un 8 de enero
a hacer, Allende se puso manos a la obra con su nuevo trabajo un 8 de enero. Un ritual que conserva desde hace décadas y que cumple a rajatabla. Flores frescas en la oficina, un poco de incienso y a escribir. Y así hasta terminar las casi 400 páginas del libro. La primera
Allende reconoce que ha plasmado algunos retazos de su vida entre sus páginas
frase reconoce que es clave para abrir la puerta a la historia que en ese momento decide contar. “No sé en realidad hacia dónde va. Los personajes aparecen a medida que los necesito”.
Pero, más allá de los escenarios pandémicos, Allende aprovecha la vida de la protagonista para recorrer la historia de los últimos cien años. Episodios históricos que merecen ser contados, como una dictadura, la Segunda Guerra Mundial, los primeros movimientos feministas de emancipación de las mujeres o el crack del 29.
Con este último hace crítica a la sociedad clasista de entonces, en la que las apariencias lo eran todo y antes de verse envuelta en un escándalo, se desterraba a una región salvaje.
Admite así que, especialmente en aquel entonces, Chile, como otros países latinoamericanos, era un país con “muchos prejuicios” de clase que conta