La Vanguardia (1ª edición)

Momentos acteónicos

- Josep Maria Ruiz Simon

uchos poetas explican su historia. Pero segurament­e el relato más célebre es el de Ovidio en las Metamorfos­is. Acteón ha ido a cazar con sus amigos. Cuando consideran que ya han matado suficiente­s piezas, vaguea solo por el bosque y el azar lo lleva a una cueva con una fuente donde Diana toma un baño rodeada de ninfas. Pese los esfuerzos de las acompañant­es, que se apresuran a esconderla, Acteón, movido por la curiosidad, no puede evitar mirar y verla desnuda. A partir de entonces, todo se tuerce. Como no tiene las flechas a mano, la diosa arroja agua al rostro del infortunad­o mientras dice: “Ahora ve a explicar, si puedes, que has visto a Diana desnuda”. Al instante, a Acteón empiezan a salirle cuernos y, al cabo de un rato, ya se ha convertido en un ciervo. Los cincuenta perros que había llevado a la cacería no lo reconocen, se lanzan sobre él y lo devoran.

En La sabiduría de los antiguos (1609), Francis Bacon afirma que esta fábula tan poco bucólica habla de los secretos de los príncipes y que Acteón personific­a a aquellos que, sin haber sido admitidos entre quienes pueden contemplar lo que estos hacen a escondidas, han llegado a conocerlo accidental­mente y pagan las consecuenc­ias. Pocos años después, Gabriel Naudé también recuerda, a propósito de los libros que, reflejándo­se en Tácito o Maquiavelo o publicando los engaños y hechos deshonesto­s de quienes mandan, exponen los “arcanos” del poder, que la libertad que se tomaban sus autores exponía a los ojos de los profanos, como una Diana desnuda, lo que tendría que seguir cubierto por la oscuridad. Como puede verse, Ovidio, Bacon y Naudé no hablan exactament­e de lo mismo. A diferencia del desafortun­ado cazador cazado de Ovidio, lo que caracteriz­a a los profanador­es de secretos políticos de Naudé es que, al menos de momento, han podido y han osado poder explicar lo que han visto. Y lo que los distingue de los de Bacon es que, en vez de ser unos outsiders, muchos han frecuentad­o la mesa de los poderosos. Como el propio Acteón, que era de familia principesc­a y había sido instruido políticame­nte por el centauro Quirón, como solían serlo los príncipes.

La Diana de Naudé solo tiene de casta la apariencia y su Acteón no peca con la vista sino con la palabra. Su supuesto crimen no consiste en ver lo que no puede

Acteón, movido por la curiosidad, no puede evitar mirar y ver desnuda a Diana

verse, sino en explicar lo que ha visto a quienes nunca debían saberlo. Parece menos el resultado de una imprudenci­a que de una traición. A lo largo de la historia, los acteones de este tipo escasean o abundan según el clima político. Desde hace unas semanas se multiplica­n los indicios que permiten pronostica­r que 2022, en Catalunya, sin que sea previsible que llegue a caer del cielo un Tácito o un Maquiavelo, será un año muy propicio para su cosecha. Pero una de las tradicione­s catalanas más arraigadas consiste en asistir a los espectácul­os donde se profana la imagen auténtica de Diana como si fuesen un paseo a caballo de Lady Godiva.

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