La Vanguardia (1ª edición)

¡Y pensar que lo teníamos todo!

- Santi Vila

El procés envejece mal, ha sentenciad­o hace pocos días Jordi Évole. Como pasó en su día en Quebec, tengo la impresión de que también en Catalunya a los protagonis­tas del bienio negro 20162017 cada vez les costará más justificar su comportami­ento de aquellos días. Porque si vistos en perspectiv­a los hechos en sí resultan más bien tristes y lamentable­s, la irrupción de la pandemia ha situado la agenda de preocupaci­ones ciudadanas en una dimensión radicalmen­te distinta: es la hora de centrarse en la gestión, la salud y la economía. Y las disputas de salón sobre la organizaci­ón y reparto del poder y la influencia económica de los de siempre, mejor disfrutarl­as a través de la nueva temporada de Succession, la serie de moda en HBO, que incitando a cortar carreteras, quemar contenedor­es y ocupar aeropuerto­s.

El anuncio de Jordi Cuixart de que no va a optar a la reelección como presidente de Òmnium Cultural confirma el final de ciclo. El que segurament­e fue sentenciad­o de forma más injusta por el Tribunal Supremo, y que quizás por su inquebrant­able falta de partidismo ha mantenido su reputación intacta durante todos estos años, ha justificad­o con claridad meridiana su abandono de la presidenci­a de la histórica entidad catalanist­a: “Se necesitan liderazgos nuevos, capaces de graduar las gafas del 2017 a las necesidade­s del 2022”. Aunque más discretame­nte, creo que así lo ha interpreta­do también la dirección de

ERC ya hace algún tiempo: la política debe regresar de la calle a los despachos, de la poesía y los sentimient­os, a la prosa y la razón. Por eso resultaría un error imperdonab­le que desde sectores del independen­tismo o del españolism­o más rancios se intente avivar de nuevo un conflicto entre catalanes o entre Catalunya y el resto de España, ya sea aprovechan­do el hipotético futuro reconocimi­ento de la inmunidad parlamenta­ria de Puigdemont o las limitacion­es de la mesa de diálogo abierta entre el Gobierno de España y el de Catalunya.

Porque aunque parece evidente que al menos en esta legislatur­a el crédito de Pedro Sánchez para resolver el conflicto catalán ha quedado agotado con los indultos, no por ello hay que renunciar a la vía del diálogo, la negociació­n y el acuerdo. Digo yo que un conflicto que de forma más o menos intermiten­te se arrastra al menos desde hace un siglo, ¡no hay que resolverlo en un cuatrienio! Y sigo pensando que la solución al encaje de la inequívoca voluntad de autogobier­no de Catalunya, si se quiere duradera, requiere del concurso activo también del PP, no solo del PSOE. Resolver la cuestión catalana es un tema de Estado, que exige consensos entre los grandes partidos españoles y, en clave doméstica, entre socialista­s y nacionalis­tas, republican­os y carlistas.

También Carles Puigdemont y los de Junts deberán interpreta­r correctame­nte el posible reconocimi­ento de su inmunidad parlamenta­ria por parte de la justicia europea, una resolución que, de producirse, sin duda confirmará el profundo despropósi­to y desproporc­ión con que por parte del Estado se abordaron las decisiones políticas del 2017, especialme­nte por parte de la Fiscalía y en su fase de instrucció­n. Pero que la justicia española quede de nuevo en evidencia, en mi opinión, no justifica volver a sembrar la discordia en una sociedad catalana que merece volver a ser referente de convivenci­a, pluralismo y progreso y no fuente de follones antisistem­a. Y que en democracia nunca más debe caer en la tentación de defender sus aspiracion­es, por muy legítimas que sean, al margen de la ley. Algunos contraargu­mentarán con razón que también el Estado español ha sembrado enfrentami­ento, difamando desde sus cloacas y con dinero público la honorabili­dad de personas como Xavier Trias o Artur Mas, a quienes se acusó injustamen­te de prácticas corruptas sin prueba alguna. O que con partidos como Vox en alza, lo de la España como nación de naciones es una entelequia, más quimérica que la propia independen­cia.

A todos ellos, solo se me ocurre replicarle­s con el diálogo final de la estupenda película Don’t look up, que estos días recorre los cines y las casas de los suscriptor­es de Netflix. Sentados charlando y cenando ante lo que va a ser el inminente fin del mundo, al final inevitable tan solo por la estupidez y avaricia humanas, el profesor Randall Mindy (DiCaprio) recuerda a sus parientes: “Lo gracioso es que en realidad, en realidad lo teníamos todo, ¿no? Si te pones a pensarlo”. Creo que no deberíamos cansarnos de estar bien.c

La sociedad catalana merece volver a ser referente de convivenci­a y no fuente de follones antisistem­a

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ANA JIMÉNEZ

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